LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 278
Markus Zusak
La ladrona de libros
Sus bondadosos ojos plateados estaban serenos. El miedo que se leía en
ellos podía confundirse fácilmente con la preocupación por la herida.
—No lo bastante —rezongó Rosa desde la cocina—. A ver si así aprende.
El hombre del partido se levantó y se echó a reír.
—Creo que esta niña tiene poca cosa que aprender ahí fuera, ¿Frau...?
—Hubermann.
El rostro de cartulina se arrugó.
—... Frau Hubermann, de hecho creo que son los demás los que acabarán
aprendiendo. —Le ofreció una sonrisa a Liesel—. ¿Me equivoco, jovencita?
Hans apretó el trapo contra el rasguño y Liesel hizo una mueca de dolor en
vez de contestar. Se le adelantó su padre, que musitó «Lo siento».
En el incómodo silencio que se hizo a continuación, el hombre del partido
recordó lo que le había llevado allí.
—Si no le importa, tengo que inspeccionar el sótano —se explicó—. Sólo
serán un par de minutos, para ver si serviría como refugio.
Hans le dio un último toquecito a la rodilla de Liesel.
—Te saldrá un buen moretón, Liesel. —Se dirigió con naturalidad al
hombre que tenían delante de ellos—. Por supuesto, primera puerta a la
derecha. Disculpe el desorden.
—No se preocupe, no será peor que otros sótanos que he visto hoy... ¿Es
esta?
—Esa misma.
LOS TRES MINUTOS MÁS LARGOS
EN LA HISTORIA DE LOS HUBERMANN
Hans estaba sentado a la mesa. Rosa rezaba en un rincón,
musitando las palabras. Liesel ardía: la rodilla, el pecho, los
músculos de los brazos. Dudo que ninguno de ellos tuviera la
audacia de plantearse qué iban a hacer si escogían el sótano
como refugio. Primero tenían que sobrevivir a la inspección.
Estuvieron atentos a los pasos del nazi en el sótano. Oyeron una cinta
métrica. Liesel no conseguía ahuyentar la imagen de Max sentado bajo los
escalones, hecho un ovillo, abrazando su cuaderno de bocetos, apretándolo
contra el pecho.
Hans se levantó. Otra idea.
—¿Todo bien por ahí abajo? —preguntó, saliendo al vestíbulo.
La respuesta subió los escalones, por encima de la cabeza de Max
Vandenburg.
—¡Un minuto y acabo!
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