LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 277

Markus Zusak La ladrona de libros Corrección: no tenían ni un minuto. Alguien atizó siete puñetazos a la puerta del número treinta y tres de Himmelstrasse, demasiado tarde para trasladar a nadie a ninguna parte. La voz. —¡Abran! Los latidos de sus corazones iniciaron una escaramuza, una confusión de ritmos. Liesel intentó tragarse los suyos, aunque el sabor a corazón no era demasiado agradable. —Jesús, María... —musitó Rosa. Ese día fue Hans quien estuvo a la altura de las circunstancias. Sin perder tiempo se dirigió hacia la puerta del sótano y lanzó un aviso escalera abajo. Cuando volvió, habló con rapidez y claridad. —Mirad, no hay tiempo para engaños. Podríamos intentar distraerlo de cientos de maneras, pero sólo hay una solución. —Echó un vistazo a la puerta y resumió—: No hacer nada. Esa no era la respuesta que esperaba Rosa, que abrió los ojos como platos. —¿Nada? ¿Estás loco? Volvieron a llamar. Hans se mostró tajante. —Nada. Ni siquiera bajaremos ahí... Por nada del mundo. Todo se hizo más lento. Rosa lo aceptó. Abrumada por la desesperación, negó con la cabeza y fue a contestar a la puerta. —Liesel. —La voz de su padre la partió en dos—. Conserva la calma, verstehst? —Sí, papá. Intentó concentrarse en la rodilla ensangrentada. —¡Ajá! En la puerta, Rosa todavía estaba preguntando la razón de la visita cuando el amable hombre del partido se fijó en Liesel. —¡La futbolista chiflada! —Sonrió de oreja a oreja—. ¿Qué tal esa rodilla? Por lo general, una no suele imaginarse a un nazi como un tipo alegre, pero ese hombre sin duda lo era. Entró e hizo el amago de ir a agacharse para examinar la herida. «¿Lo sabe? —se preguntó Liesel—. ¿Olerá que escondemos un judío?» Hans había ido al fregadero a por un trapo mojado y regresó para limpiar la sangre de la rodilla de Liesel. —¿Escuece? 277