LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 272
Markus Zusak
La ladrona de libros
El diario de la muerte:
Colonia
Las últimas horas del 30 de mayo.
Estoy segura de que Liesel Meminger estaba profundamente dormida
mientras más de un millar de bombarderos volaban hacia un lugar conocido
como Colonia. Para mí, el resultado fue de unas quinientas personas. Otras
cincuenta mil deambularon sin casa entre las fantasmagóricas pilas de
escombros intentando dilucidar qué camino tomar y a quién pertenecían las
ruinas de los hogares destrozados.
Quinientas almas.
Me las llevé en las manos, como si fueran maletas. O me las eché al hombro.
Sólo llevé en brazos a los niños.
Cuando terminé, el cielo estaba amarillento, como un periódico en llamas.
Si te fijabas bien, aún se leían los titulares que comentaban el desarrollo de la
guerra y temas por el estilo. Cómo me hubiera gustado arrancarlo de allí,
arrugar el cielo impreso y lanzarlo lejos. Me dolían los brazos y la cosa estaba
que ardía, todavía quedaba mucho trabajo por hacer.
Como cabría esperar, muchos murieron al instante. Otros tardaron un poco
más. Tenía que ir a más sitios, conocer más cielos y recoger más almas, por lo
que volví a Colonia más tarde, poco después de que pasaran los últimos
aviones. Y presencié algo excepcional.
Cargaba el alma carbonizada de una criatura adolescente cuando, muy
seria, levanté la vista hacia lo que se había convertido en un cielo sulfúrico.
Cerca había un grupo de niñas de diez años. Una de ellas señaló algo.
—¿Qué es eso?
Extendió un brazo y apuntó con un dedo al oscuro objeto que lentamente
caía de lo alto. Al principio parecía una pluma negra, meciéndose, flotando. O
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