LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 271
Markus Zusak
La ladrona de libros
—No. —No estaba ofendido—. Hicisteis bien. —Jugueteó sin fuerzas con el
balón—. Hicisteis bien en pensar en ello. En vuestra situación, un judío muerto
es tan peligroso como uno vivo, si no peor.
—También he soñado.
Se lo explicó con todo detalle, con el soldado en la mano. Estaba a punto de
volver a disculparse cuando Max la interrumpió.
—Liesel. —La obligó a mirarlo—. No vuelvas a pedirme perdón. Soy yo el
que debería disculparse. —Se volvió hacia todas las cosas que la niña le había
llevado—. Mira todos estos regalos. —Cogió el botón—.
Y Rosa me ha dicho que me leías dos veces al día, a veces hasta tres. —
Apartó la vista hacia las cortinas, como si pudiera ver a través de ellas. Se
incorporó un poco más y guardó silencio durante una docena de frases mudas.
El miedo se abrió camino en su rostro y decidió confesarse ante la chica,
volviéndose ligeramente hacia un lado—: Liesel, tengo miedo de quedarme
dormido.
Liesel tomó una decisión.
—Entonces te leeré y te abofetearé sí veo que te duermes. Cerraré el libro y
te zarandearé hasta que despiertes.
Esa tarde Liesel le leyó a Max Vandenburg hasta bien entrada la noche. Al
menos hasta las diez. Ahora despierto, Max estaba en la cama absorbiendo las
palabras, pero cuando Liesel se tomó un breve descanso y aparcó El repartidor de
sueños, al mirar por encima de las tapas vio que Max se había dormido.
Nerviosa, lo tocó varias veces con el libro. Se despertó.
Volvió a dormirse en tres ocasiones más. En dos, consiguió despertarlo.
Los cuatro días siguientes, Max se despertó por las mañanas en la cama de
Liesel, después junto al fuego y, al final, a mediados de abril, en el sótano. Su
salud había mejorado, la barba había desaparecido y había recuperado un poco
de peso.
En el mundo interior de Liesel, fue una época de gran alivio. En el exterior,
parecía que las cosas empezaban a tambalearse. A finales de marzo llovieron
bombas sobre un lugar llamado Lübeck. El siguiente fue Colonia y poco
después le siguieron muchas otras ciudades alemanas, Munich incluida.
Sí, tenía al jefe encima.
«Acaba el trabajo, acaba el trabajo.»
Se acercaban las bombas... y yo con ellas.
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