LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 269

Markus Zusak La ladrona de libros En el colegio, unos nudillos llamaron a la puerta. —Adelante —contestó frau Olendrich. La puerta se abrió y la clase miró sorprendida a Rosa Hubermann en el umbral. Un par de niños dieron un respingo y se quedaron sin respiración ante la visión: un armario de mujer con una expresión desdeñosa adornada de carmín y ojos de cloro. Ella. Allí estaba la leyenda. Se había puesto sus mejores ropas, pero llevaba el pelo hecho un desastre. No parecía, sino que era una toalla de elásticos cabellos grises. La maestra estaba obviamente asustada. —Frau Hubermann... —Sus movimientos eran atolondrados. Buscó por la clase con la mirada—. ¿Liesel? Liesel miró a Rudy, se levantó y se acercó presurosa para poner fin a la incómoda situación lo antes posible. La puerta se cerró a su espalda y de repente se encontró a solas en el pasillo con Rosa. Rosa miró a los lados. —¿Qué, mamá? Rosa se volvió. —¡A mí no me vengas con «qué, mamá», Saumensch! —La velocidad de la respuesta arrolló a Liesel—. ¡Mi cepillo! Un chorro de risas se deslizó por debajo de la puerta, pero se retiró de inmediato. —¿Mamá? Tenía una expresión seria, pero sonreía. —¡¿Qué narices has hecho con mi cepillo, estúpida Saumensch, pequeña ladrona?! Te he dicho miles de veces que no lo toques, pero ¿me haces caso? ¡Por supuesto que no! El rapapolvo continuó mientras Liesel intentaba colar alguna sugerencia a la desesperada sobre el posible paradero del susodicho cepillo El sermón acabó de forma abrupta. Rosa atrajo a Liesel hacia sí unos segundos y le susurró algo en voz tan baja que a la niña incluso le costó oírlo a esa distancia. —Me dijiste que te gritara, que todos lo creerían. —Miró a ambos lados y prosiguió con un hilo de voz—: Se ha despertado, Liesel. Está despierto. —Sacó del bolsillo el maltrecho soldado de juguete—. Me dijo que te diera esto. Es su favorito. —Se lo dio, la abrazó con fuerza y sonrió. Antes de que Liesel tuviera oportunidad de responder, Rosa terminó su parrafada—. ¿Y bien? ¡Contéstame! ¡¿Tienes la menor idea de dónde has podido meterlo?! «Está vivo», pensó Liesel. —No, mamá. Lo siento, mamá, yo... —No sirves para nada. La soltó, asintió con la cabeza y se marchó. 269