LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 259
Markus Zusak
La ladrona de libros
Incluso Rosa no pudo menos que sonreír. Con los brazos en jarras, le
advirtió que no era tan mayor como para no recibir un buen Watschen por
hablarle de ese modo.
—Y mete un gol o no vuelvas a casa —la amenazó.
—Lo que tú digas, mamá.
—¡Que sean dos, Saumensch!
—Que sí, mamá.
—¡Y deja de responderme!
Liesel se lo pensó dos veces y salió corriendo para enfrentarse a Rudy en la
calle embarrada y resbaladiza.
—Justo a tiempo, rascaculos —dijo, saludándola de la manera habitual
mientras intentaban quitarse la pelota—. ¿Dónde te habías metido?
Media hora después, cuando la insólita presencia de un coche por
Himmelstrasse reventó el balón, Liesel encontró su primer regalo para Max
Vandenburg. Tras concluir que no tenía arreglo, los niños volvieron a sus casas
malhumorados, abandonando la pelota en la fría calle. Liesel y Rudy se
inclinaron sobre los restos. Tenía un reventón a cada lado, en forma de boca.
—¿La quieres? —preguntó Liesel.
Rudy se encogió de hombros.
—¿Para qué voy a querer esa mierda de pelota reventada? Ya no hay
manera de volverla a inflar, ¿no?
—¿La quieres o no?
—No, gracias.
Rudy le dio unas puntadas suaves, como si fuera un animal muerto. O un
animal que tendría que estar muerto.
De camino a casa, Liesel recogió el balón y se lo puso bajo el brazo.
—Eh, Saumensch —oyó que la llamaba. Esperó—. Saumensch!
Capituló.
—¿Qué?
—Si la quieres, también tengo una bici sin ruedas.
—Para ti.
Desde donde estaba, lo último que oyó fue la risotada de ese Saukerl de
Rudy Steiner.
En cuanto entró en casa se fue derecha a su habitación, sacó el balón para
Max y lo dejó a los pies de la cama.
—Lo siento —se disculpó—. Ya sé que no es mucho, pero cuando
despiertes te lo contaré todo. Te explicaré que hacía la tarde más gris que te
puedes imaginar y que un coche sin luces pasó por encima del balón. Y que
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