LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 257
Markus Zusak
La ladrona de libros
Trece regalos
Fue como revivir la llegada de Max.
Las plumas se convirtieron en cañas y la suave cara se volvió áspera; la
prueba que Liesel necesitaba: estaba vivo.
Los primeros días se sentaba a su lado y hablaba con él. El día de su
cumpleaños le dijo que si se despertaba habría un enorme pastel esperándole en
la cocina.
No se despertó.
No hubo pastel.
UN PASAJE NOCTURNO
Bastante más tarde caí en la cuenta de que ya había
visitado el número treinta y tres de Himmelstrasse por esa
época. Debió de ser una de las pocas veces en que la
niña no estaba a su lado, pues lo único que vi fue un
hombre postrado. Me arrodillé. Me preparé para meter
las manos por debajo de las sábanas y entonces sentí
un resurgir, una lucha a muerte por sacárseme
de encima. Me retiré y, con todo el trabajo que tenía por
delante, fue agradable que me expulsaran de esa
habitacioncita a oscuras. Incluso me permití una pausa,
un breve disfrute de la serenidad,
con los ojos cerrados, antes de salir de allí.
El quinto día se armó mucho revuelo cuando Max abrió los ojos, aunque
sólo fue un instante. Casi no vio otra cosa —y tan de cerca que debió de ser una
visión aterradora— que a Rosa Hubermann, endiñándole prácticamente un
cucharón de sopa de guisantes en la boca.
—Traga —le aconsejó—. No pienses, sólo traga.
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