LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 255
Markus Zusak
La ladrona de libros
Una vez en la cama, fueron apilando sábanas encima de él y remetiéndolas
alrededor de su cuerpo.
—Mamá.
Liesel no encontró fuerzas para decir nada más.
—¿Qué? —Rosa Hubermann llevaba el moño tan tirante que por detrás
asustaba y dio la impresión de tensarse aún más cuando repitió la pregunta—.
¿Qué quieres, Liesel?
Liesel se acercó, temiendo la respuesta.
—¿Está vivo?
El moño asintió.
Rosa se volvió.
—Escúchame bien, Liesel, no he aceptado a este hombre en mi casa para
ver cómo se muere, ¿entendido? —sentenció con gran seguridad.
Liesel asintió con la cabeza.
—Venga, largo.
Su padre la abrazó en el vestíbulo.
Liesel lo necesitaba más que nada en el mundo.
Más tarde, ya entrada la noche, oyó cómo Hans y Rosa hablaban. Rosa la
había instalado en la habitación con ellos, por lo que descansaba junto a la cama
de matrimonio, en el suelo, en el colchón que habían subido a rastras del
sótano. (Al principio les preocupaba que pudiera estar infectado, pero luego
llegaron a la conclusión de que esas ideas no tenían fundamento. Lo que había
enfermado a Max no era un virus, de modo que lo subieron y cambiaron las
sábanas.)
Rosa dijo lo que pensaba, creyendo que la niña estaba dormida.
—Ese maldito muñeco de nieve —murmuró—. Estoy segura de que ese
muñeco de nieve tiene la culpa... Mira que ponerse a jugar con hielo y nieve con
el frío que hace ahí abajo.
Hans se lo tomó con filosofía.
—Rosa, la culpa la tiene Adolf. —Se incorporó—. Deberíamos ir a ver cómo
está.
Max recibió siete visitas a lo largo de toda la noche.
RECUENTO DE LAS VISITAS
A MAX VANDENBURG
Hans Hubermann: 2
Rosa Hubermann: 2
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