LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 253

Markus Zusak La ladrona de libros Después de entregarle los primeros puñados, Liesel comprobó que no hubiera nadie y empezó a sacar fuera todos los cubos y botes que encontró, llenándolos con la nieve y el hielo que cubrían el pedacito de mundo que era Himmelstrasse. Una vez repletos, los entró en casa y los bajó al sótano. Hay que ser justo y decir que Liesel fue la primera en lanzarle una bola de nieve a Max, por lo que recibió una de respuesta en la barriga. Max incluso le arrojó una a Hans Hubermann mientras bajaba la escalera del sótano. —Arschloch! —gritó Hans—. ¡Liesel, pásame un poco de esa nieve! ¡El cubo entero! Durante unos minutos, lo olvidaron todo. No hubo gritos ni vociferaron más nombres, pero por momentos no conseguían aguantarse la risa. Sólo eran humanos jugando en la nieve, dentro de casa. Hans miró los cacharros llenos de agua helada. —¿Qué hacemos con lo que sobra? —Un muñeco de nieve —propuso Liesel—. Tenemos que hacer un muñeco de nieve. Hans llamó a Rosa. Rosa escupió: —¿Qué pasa, Saukerl? —¡Baja aquí un momento, anda! Cuando su mujer apareció, Hans Hubermann se jugó la vida al lanzarle una buena bola de nieve. Le pasó rozando y se desintegró al impactar contra la pared, así que Rosa encontró una excusa para maldecir todo lo que quiso sin detenerse a coger aliento. Bajó a ayudarles en cuanto se hubo recuperado. Incluso aportó unos botones para los ojos y la nariz y un trozo de cordel para la sonrisa del muñeco. También un pañuelo y un sombrero para algo que en realidad no superaba el medio metro de altura. —Un enano —dijo Max. —¿Qué haremos cuando se derrita? —preguntó Liesel. Rosa tenía la respuesta. —Pues lo limpias, Saumensch, en un santiamén. Hans discrepó. —No se derretirá. —Se frotó las manos y se las sopló—. Aquí abajo hace un frío de muerte. Sin embargo, el muñeco de nieve se derritió, aunque siguiera en pie en el interior de todos ellos. Debió de ser lo último que vieron esa Nochebuena antes de quedarse dormidos. Un acordeón en sus oídos, un muñeco de nieve en su retina, y en cuanto a Liesel, una reflexión sobre las últimas palabras de Max antes de dejarlo junto al fuego. 253