LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 244

Markus Zusak La ladrona de libros Todavía veía lucecitas, por lo que no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde de que Franz estaba a su lado con una navaja nuevecita, a punto de agacharse y utilizarla. —¡No! —protestó Liesel, pero el chico alto la retuvo. —No te preocupes. No lo hará, no tiene agallas —la tranquilizó. A los oídos de Liesel, las palabras sonaron profundas y seguras. El joven se equivocaba. Franz se arrodilló y se inclinó sobre Rudy. —¿Cuándo nació nuestro Führer? —le susurró. Con mucho cuidado, pronunció e introdujo cada una de las palabras en el oído—. Vamos, Rudy, ¿cuándo nació? Dímelo, no va a pasar nada, no tengas miedo. ¿Y Rudy? ¿Qué respondió? ¿Respondió con prudencia o permitió que su estupidez lo hundiera aún más en el lodo? Rudy lo miró despreocupadamente a los ojos azul claro y le contestó con otro susurro: —Un lunes de Pascua. Segundos después, la navaja se ocupaba del cabello de Rudy. Fue el segundo corte de pelo de esa etapa de la vida de Liesel. Unas tijeras oxidadas cortaron el cabello de un judío. Una navaja reluciente hizo lo propio con su mejor amigo. Liesel no conocía a nadie que hubiera pagado por que le cortaran el pelo. En cuanto a Rudy, ese año hasta el momento había tragado barro, se había bañado en estiércol, un criminal en ciernes había estado a punto de asfixiarlo y ahora estaba sufriendo lo que vendría a ser la guinda del pastel: la humillación pública en Münchenstrasse. Le cortaron casi todo el flequillo sin problemas, pero algunos pelillos se aferraban a su cabeza a cada navajazo, y acabó arrancándoselos sin contemplaciones. Rudy hizo un gesto de dolor, sin olvidar el ojo palpitante y las doloridas costillas. —¡Veinte de abril de mil ochocientos ochenta y nueve! —lo aleccionó Franz. El público se dispersó en cuanto Deutscher retiró a su cohorte y dejó solos con su amigo a Liesel, Tommy y Kristina. Rudy se quedó tirado en el suelo, absorbiendo la humedad. Así que únicamente nos queda la tercera estupidez: saltarse las reuniones de las Juventudes Hitlerianas. No desapareció de golpe —sólo para demostrarle a Deutscher que no le tenía miedo—, pero al cabo de unas semanas Rudy cortó toda relación. 244