LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 238

Markus Zusak La ladrona de libros Hasta que regresó a la intersección de las dos calles con sus empapados y sucios calcetines, no lo vio. Rudy, con expresión triunfal y la cabeza bien alta, trotaba hacia ella. Lucía una radiante sonrisa, con los dientes muy apretados, y llevaba los zapatos colgando de una mano. —He estado al borde de la muerte, pero lo conseguí —aseguró. Le tendió los zapatos cuando cruzaron el río y ella los tiró al suelo. Sentada, miró a su mejor amigo. —Danke —dijo—. Gracias. Rudy hizo una breve reverencia. —De nada. —Se la jugó por si podía conseguir algo más—. No vale la pena que pregunte si me he ganado un beso, supongo. —¿Por traerme los zapatos que olvidaste? —Bueno, está bien. —Levantó las manos y siguió hablando mientras caminaban. Liesel hizo un abnegado esfuerzo para ignorarlo. Sólo oyó la última parte—: Seguramente tampoco querría besarte, sobre todo si el aliento te huele como los zapatos. —Me das asco —le dijo, esperando que Rudy no hubiera visto el esbozo de una sonrisa que se le había escapado de los labios. Rudy le quitó el libro en Himmelstrasse. Leyó el título debajo de una farola y le preguntó de qué trataba. —De un asesinato —contestó Liesel, ensimismada. —¿Y ya está? —También hay un policía que intenta echarle el guante. Rudy se lo devolvió. —Hablando del tema, creo que nos va a caer una buena cuando lleguemos a casa. Sobre todo a ti. —¿Por qué a mí? —Ya lo sabes... Por tu madre. —¿Qué pasa con mi madre? —Liesel no hizo más que ejercer el derecho de cualquier persona que pertenece a una familia. Dicha persona tiene total libertad para quejarse y criticar a cualquier miembro de su parentela, pero siempre que no lo hagan los demás. En ese momento uno se levanta y demuestra su lealtad—. ¿Pasa algo con ella? Rudy retrocedió. —Perdona, Saumensch, ¡no quería ofenderte! Incluso de noche Liesel se daba cuenta de que Rudy crecía. Se le alargaba la cara, la mata de pelo rubia se le estaba oscureciendo imperceptiblemente y parecía que sus facciones cambiaban de forma. Sin embargo, había una cosa que nunca cambiaría: era imposible estar enfadada con él mucho tiempo. 238