LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 236
Markus Zusak
La ladrona de libros
Estaban agachados bajo el resquicio de la ventana de la planta baja. El
sonido de la respiración de ambos se acentuó.
—Eh, dame los zapatos —sugirió Rudy—, así harás menos ruido.
Liesel se desató sin protestar los deshilachados cordones negros y dejó los
zapatos en el suelo. Se puso en pie y Rudy abrió la ventana con suavidad, lo
justo para que Liesel pudiera colarse dentro. El ruido pasó por encima de sus
cabezas, como un avión volando a ras de tierra.
Liesel se dio impulso para subir al alféizar y forcejeó hasta meterse dentro.
Se dio cuenta de que sacarse los zapatos había sido una idea brillante, ya que
aterrizó sobre el suelo de madera con mucha más fuerza de la que había
esperado. Las plantas de los pies se dilataron dolorosamente, apretándose
contra la cara interior de los calcetines.
La estancia estaba como siempre.
Liesel se sacudió la nostalgia de encima en la penumbra polvorienta.
Avanzó con cautela mientras sus ojos se adaptaban a la escasa luz.
—¿Qué está pasando? —susurró Rudy con voz seca desde el otro lado.
Sin embargo, Liesel hizo un gesto a su espalda con la mano, que significaba:
Halt's Maul. Que te calles.
—Comida —le recordó Rudy—, busca comida. Y cigarrillos. Si puedes.
Pero eso era lo último que tenía en mente. Había vuelto a su hogar, entre
los libros de múltiples colores y tamaños del alcalde, con sus letras plateadas y
doradas. Olía las páginas. Casi podía saborear las palabras a medida que se
apelotonaban a su alrededor. Los pies la llevaron hacia la pared de la derecha.
Sabía cuál quería —conocía la posición exacta—, pero cuando se acercó al sitio
que solía ocupar El hombre que silbaba, ya no estaba allí. En su lugar había un
pequeño espacio vacío.
Oyó pasos en el piso de arriba.
—¡La luz! —susurró Rudy, empujando las palabras por el resquicio de la
ventana—. ¡La han apagado!
—Scheisse.
—Van a bajar.
Ese instante se dilató hasta el infinito. La eternidad de unas décimas de
segundo en que se toma una decisión. Recorrió la habitación con la mirada y
vio El hombre que silbaba, tan tranquilo, encima del escritorio del alcalde.
—Venga —la apremió Rudy.
No obstante, Liesel se acercó despacio, tranquila, cogió el libro y salió con
cuidado. Con la cabeza por delante, saltó por la ventana y consiguió caer de pie,
por lo que volvió a sentir otra punzada de dolor, esta vez en los tobillos.
—Vamos —la urgió Rudy—. ¡Corre, corre, Schnell!
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