LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 226
Markus Zusak
La ladrona de libros
Bocetos
Si el verano de 1941 levantaba muros alrededor de personas como Rudy y
Liesel, penetraba en la vida de Max Vandenburg mediante escritos y dibujos.
En los momentos de mayor soledad en el sótano, las palabras empezaban a
apilarse a su alrededor. Las visiones comenzaron a manar y a caer, incluso a
derramarse, de sus manos.
Tenía lo que llamaba un pequeño surtido de herramientas:
Un libro pintado.
Un puñado de lápices.
Una cabeza llena de ideas.
Como si fueran piezas de un puzzle, empezó a encajarlas.
Al principio, Max se puso a escribir su propia historia.
La intención era anotar todo lo que le había ocurrido —y conducido al
sótano de Himmelstrasse—, pero al final no lo hizo. El exilio de Max generó en
él algo muy distinto: varios pensamientos inconexos, con los que decidió
quedarse porque parecían «verdaderos». Eran más reales que las cartas que
escribía a su familia y a su amigo Walter Kugler a sabiendas de que jamás
podría enviarlas. Las hojas profanadas del Mein Kampf se estaban convirtiendo
en una serie de bocetos, una página tras otra, que para él resumían los
acontecimientos que habían transformado su vida anterior en otra. Algunos le
llevaban minutos. Otros, horas. Decidió que le regalaría el libro a Liesel cuando
estuviera acabado, cuando ella fuera lo bastante mayor y, eso esperaba, toda esa
locura hubiera terminado.
Desde el momento en que probó los lápices sobre la primera hoja pintada,
no se separó del libro. A menudo lo tenía junto a él, o en las manos mientras
dormía.
Una tarde, después de las flexiones y los abdominales, se durmió arrimado
a la pared del sótano. Cuando Liesel bajó, encontró el libro a su lado, apoyado
sobre una pierna, y la curiosidad pudo con ella. Se agachó y lo recogió,
suponiendo que él se movería. No lo hizo. Max estaba sentado, con la cabeza y
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