LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 220

Markus Zusak La ladrona de libros tan animado—. Anda, siéntate y... ten espasmos... o lo que quieras. —Y continuó con su historia. Empezó a caminar arriba y abajo. Se peleó con la corbata. Las palabras que le lanzaba a Liesel caían sobre el escalón de cemento. —Ese Deutscher nos la ha hecho buena, ¿eh, Tommy? —resumió, con optimismo. Tommy asintió, tuvo un espasmo y abrió la boca, no necesariamente en ese orden. —Fue por mi culpa. —Tommy, ¿qué te he dicho? —¿Cuándo? —¡Ahora mismo! Que estuvieras calladito. —Claro, Rudy. Cuando poco después Tommy se fue a casa, cabizbajo, Rudy la tanteó con lo que parecía una nueva y magistral táctica. La compasión. Todavía en el escalón del umbral, estudió detenidamente el barro que se le había secado formando una costra en el uniforme, y miró a Liesel a la cara, desesperanzado. —¿Qué me dices, Saumensch? —¿De qué? —Ya lo sabes... Liesel respondió como solía hacerlo. —Saukerl—contestó, riendo y salvando la corta distancia que la separaba de su casa. Una desconcertante mezcla de barro y compasión era una cosa, pero besar a Rudy Steiner era otra completamente distinta. La llamó desde el escalón, esbozando una triste sonrisa, y toqueteándose el pelo con una mano. —Algún día caerás —la avisó—, ¡ya lo verás, Liesel! Al cabo de un par de años, en el sótano, Liesel a veces se moría de ganas por acercarse hasta la puerta de al lado y verlo, aunque estuviera escribiendo en plena madrugada. También comprendió que, probablemente, esos días caldeados en las Juventudes Hitlerianas alimentaron la sed delictiva de Rudy y, por consiguiente, la suya propia. 220