LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 200
Markus Zusak
La ladrona de libros
—¿Dónde estarán esas malditas tijeras?
—¿No están en el de abajo?
—Ya lo he mirado.
—Igual no las has visto.
—¿Acaso estoy ciega? —Levantó la cabeza y vociferó—: ¡Liesel!
—Estoy aquí.
Hans se encogió.
—¡Carajo, mujer, déjame sordo, anda!
—A callar, Saukerl. —Rosa se dirigió a la niña sin dejar de revolver el
cajón—. Liesel, ¿dónde están las tijeras? —Sin embargo, Liesel tampoco lo
sabía—. Saumensch, mira que eres inútil.
—Déjala en paz.
Se cruzaron varias palabras más, de la mujer del cabello elástico al hombre
de ojos plateados, hasta que Rosa cerró el cajón de un golpetazo.
—De todos modos, seguramente lo dejaré lleno de trasquilones.
—¿Trasquilones? —A esas alturas, Hans estaba a punto de arrancarse los
pelos, pero convirtió su voz en un susurro apenas perceptible—. ¿Quién narices
va a verlo?
Hizo ademán de añadir algo más, pero lo distrajo la presencia plumífera en
la puerta de Max Vandenburg, cohibido, educado. Max llevaba en la mano sus
propias tijeras. Adelantó un paso y se las tendió a la niña de doce años, ni a
Hans ni a Rosa. Liesel parecía la opción más sensata. Los labios le temblaron
unos instantes antes de preguntar:
—¿Te importaría?
Liesel cogió las tijeras y las abrió. Estaban oxidadas y brillaban en algunas
partes. Se volvió hacia su padre y, cuando este asintió con la cabeza, siguió a
Max al sótano.
El judío se sentó en un bote de pintura. Llevaba una sábana pequeña sobre
los hombros.
—Todos los trasquilones que quieras —la tranquilizó.
Hans tomó asiento en los escalones.
Liesel levantó los primeros mechones de cabello de Max Vandenburg.
Al tiempo que cortaba las plumosas hebras, se maravillaba del ruido que
hacían las tijeras, y no era el de los tijeretazos, sino el del chirrido de las hojas
metálicas al cercenar cada mata de pelo.
En cuanto acabó el trabajo, riguroso en algunas zonas, un poco tortuoso en
otras, subió la escalera con el cabello en las manos y alimentó la caldera.
Encendió una cerilla y contempló cómo la maraña mermaba y se marchitaba,
anaranjada y rojiza.
200