LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 196
Markus Zusak
La ladrona de libros
Sólo eran unos metros, pero había un largo paseo hasta las sábanas viejas y
la serie de botes de pintura que escondían a Max Vandenburg. Apartó las telas
más cercanas a la pared hasta abrir un pequeño pasillo por el que asomar la
cabeza.
Lo primero que vio fue un hombro. Poco a poco, con mucho cuidado, fue
introduciendo la mano por el estrecho resquicio hasta apoyarla sobre el
hombro. Sus ropas estaban frías. No se despertó.
Notó su respiración y el hombro, que subía y bajaba con una suavidad
apenas perceptible. Se lo quedó mirando. Luego se sentó y se apoyó contra la
pared.
Tuvo la sensación de que un aire somnoliento la había seguido.
Las palabras garabateadas durante sus ejercicios de lectura resplandecían
en la pared en toda su magnificencia, junto a la escalera, irregulares, infantiles y
melodiosas. Vigilaron el sueño de ambos, el del judío oculto y el de la niña con
la mano sobre el hombro de él.
Respiraron.
Pulmones alemanes y judíos.
Junto a la pared descansaba El vigilante, entumecido y satisfecho, como un
encantador hormigueo a los pies de Liesel Meminger.
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