LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 178

Markus Zusak La ladrona de libros —Shhh... —Hans se echó a reír. Le hizo un gesto con las manos para que no levantara la voz y volvió a inclinarse, esta vez hacia la chica—. Bueno, ¿y qué me dices de la paliza que le diste a Ludwig Schmeikl, eh? —Yo nunca... —La habían pillado, inútil negarlo—. ¿Cómo lo sabes? —Vi a su padre en el Knoller. Liesel se llevó las manos a la cara. Cuando las retiró, hizo la pregunta decisiva. —¿Se lo has contado a mamá? —¿Estás de guasa? —Le guiñó un ojo a Max y le susurró a la niña—: Sigues viva, ¿no? Esa noche también fue la primera vez desde hacía meses que Hans tocó el acordeón en casa. Sólo después de una media hora se atrevió a preguntarle a Max: —¿Aprendiste a tocar? El rostro del rincón contemplaba las llamas. —Sí. —Se hizo un largo silencio—. Hasta los nueve años. Luego mi madre vendió el estudio de música y dejó de enseñar. Sólo se quedó con un instrumento, y me dejó por imposible poco después de que me negara a seguir aprendiendo. Era un atontado. —No —protestó Hans—, eras un crío. Por las noches, tanto Liesel Meminger como Max Vandenburg se entregaban a eso otro que compartían. Tenían pesadillas y se despertaban en habitaciones distintas, una con un chillido que ahogaban las sábanas y el otro jadeante, en busca de aire, junto a un fuego humeante. A veces, cuando Liesel leía con su padre, cerca ya de las tres de la madrugada, oían que Max se despertaba. —Sueña como tú —decía Hans. En una ocasión, azuzada por la angustia de Max, Liesel decidió salir de la cama. Imaginaba muy bien lo que el joven veía en sus sueños gracias a lo que Max les había desvelado de su historia, aunque ignoraba qué escena lo visitaba cada noche. Atravesó el vestíbulo sin hacer ruido y entró en el comedor dormitorio. —¿Max? —preguntó con un suave susurro, empañado por una garganta somnolienta. Al principio no oyó ninguna respuesta, pero Max se enderezó y buscó en la oscuridad. 178