LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 176

Markus Zusak La ladrona de libros Explicó que era judío de nacimiento, que lo habían educado como tal, pero también, y entonces más que nunca, que el judaísmo no dejaba de ser una etiqueta, la peor suerte con que uno puede tropezarse. Asimismo, aprovechó la ocasión para comunicarles que lamentaba que el hijo de los Hubermann no hubiera acudido. En respuesta, Hans le dijo que esas cosas no se podían controlar. —Después de todo, tú ya deberías saberlo, los jóvenes siguen siendo niños y los niños a veces tienen derecho a ser cabezotas. Lo dejaron ahí. Max permaneció mudo las primeras semanas ante la chimenea. Ahora que disfrutaba de un buen baño semanal, Liesel se fijó en que su cabello había dejado de ser un nido de ramas y se había convertido en un montón de plumas flotando sobre su cabeza. Todavía intimidada por el extraño, le susurró a su padre: —Es como si tuviera el pelo de plumas. —¿Qué? El fuego había sofocado sus palabras. —Digo que parece que tuviera el pelo de plumas... —volvió a murmurar, inclinándose hacia él. Hans Hubermann lo miró y asintió con la cabeza, dándole la razón. Estoy segura de que Hans habría deseado tener los ojos de la niña. No se percataron de que Max lo había oído todo. De vez en cuando se subía el ejemplar del Mein Kampf y lo leía junto a las llamas, hirviendo de indignación. En la tercera ocasión, Liesel por fin reunió el valor suficiente para hacerle la pregunta. —¿Es... bueno? Max la miró, apretó el puño y volvió a abrir la mano. Alejada la rabia, le sonrió. Se retiró hacia atrás el flequillo plumoso de los ojos. —Es el mejor libro que he leído en mi vida. —Miró a Hans y de nuevo a la niña—. Me salvó la vida. Liesel se acercó un poco más y cruzó las piernas. En voz baja, le preguntó: —¿Cómo? Así comenzó un ciclo narrativo, cada noche en el comedor. La voz nunca se elevaba más que lo justo para oírse. Las piezas del puzzle de un púgil judío empezaron a encajar ante sus ojos. A veces la voz de Max Vandenburg rezumaba humor, aunque estaba hecha de una materia rasposa, como una piedra restregada con suavidad contra una roca. En algunos lugares no tocaba fondo y se consumía con el áspero vaivén, a 176