LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 169

Markus Zusak La ladrona de libros El intercambio de pesadillas Max Vandenburg prometió que no volvería a dormir en el cuarto de Liesel. ¿En qué estaría pensando la noche que llegó? La sola idea lo martirizaba. Reflexionó y concluyó que únicamente el desconcierto que arrastraba aquella noche lo había animado a tomarse tal libertad. Por lo que a él respectaba, el sótano era el único lugar que merecía. Qué más daba el frío y la soledad. Era judío, y si algún lugar le estaba destinado ese era un sótano o cualquier otro rincón escondido donde sobrevivir. —Lo siento —admitió ante Hans y Rosa, en los escalones del sótano—. De ahora en adelante me quedaré aquí abajo. No me oirán. No haré ruido. Hans y Rosa, ambos sumidos en la desesperación por el aprieto en que se encontraban, no protestaron, ni siquiera conscientes del frío que hacía allí abajo. Vaciaron los armarios de mantas y llenaron la lámpara de queroseno. Rosa confesó que la comida tal vez escaseara, ante lo que Max le suplicó que le llevara sólo las sobras, y únicamente cuando nadie más las quisiera. —Ni hablar —protestó Rosa—, te daré de comer como pueda. Incluso bajaron el colchón de la cama supletoria del dormitorio de Liesel. Lo sustituyeron por sábanas viejas. Un negocio redondo. Hans y Max colocaron el colchón debajo de los escalones y a un lado levantaron una pared con sábanas viejas lo bastante alta para ocultar la entrada triangular. Así al menos Max podía apartarlas con facilidad si necesitaba un poco de aire. Hans se disculpó. —Esto es muy triste, lo sé. —Es mejor que nada, más de lo que me merezco —aseguró Max. Con varios botes de pintura bien dispuestos, Hans reconoció que solo parecía una serie de trastos amontonados en un rincón para que no molestaran. El único problema era que sólo había que mover unos cuantos botes y retirar un par de sábanas para oler al judío. —Esperemos que sea suficiente —suspiró. 169