LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 167
Markus Zusak
La ladrona de libros
El dormilón
Max Vandenburg durmió tres días seguidos.
Liesel lo observó durante ciertos pasajes de ese sueño. En realidad podría
decirse que, al tercer día, mirarlo y comprobar si seguía respirando se había
convertido en una obsesión. Había aprendido a interpretar las señales que le
indicaban que estaba vivo, desde el temblor de los labios y el hormigueo de la
barba hasta el imperceptible estremecimiento de sus cabellos como ramas
cuando movía la cabeza en medio de una pesadilla.
A menudo, cuando lo vigilaba, la asaltaba la mortificante sensación de que
el hombre se acababa de despertar, que había abierto los ojos de repente y se la
había encontrado, que la veía mirándolo. La idea de que la pillara la torturaba y
la emocionaba por igual. Lo temía. Lo deseaba. Hasta que su madre la llamaba,
era incapaz de apartarse de la cama, aliviada y decepcionada al mismo tiempo
por no estar allí en el momento en que despertase.
A veces, cerca ya del final del maratón de sueño, hablaba.
Murmuró una retahíla de nombres. Un repaso a la lista:
Isaac, la tía Ruth, Sarah, mamá, Walter, Hitler.
Familia, amigos, enemigos.
Todos lo acompañaban bajo las sábanas. En cierta ocasión dio la impresión
de estar peleándose consigo mismo.
—Nein —susurró. Lo repitió siete veces—. No.
En una de sus guardias, Liesel empezó a notar las similitudes que existían
entre el extraño y ella. Ambos llegaron muy agitados a Himmelstrasse. Ambos
sufrían pesadillas.
Llegado el momento, se despertó con el desagradable estremecimiento de
la desorientación. Abrió la boca un instante después que los ojos y se enderezó,
en ángulo recto.
—¡Ay!
Un retazo de voz se le escapó de la boca.
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