LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 162
Markus Zusak
La ladrona de libros
La charla de Liesel
Definir qué tipo de personas eran Hans y Rosa Hubermann es uno de los
problemas más difíciles de solucionar. ¿Gente amable? ¿Gente profundamente
ignorante? ¿Gente de salud mental cuestionable?
Definir el aprieto en que se habían metido resultaba más sencillo.
LA SITUACIÓN DE HANS
Y ROSA HUBERMANN
Bastante, bastante peliaguda.
De hecho, tremendamente peliaguda.
Cuando un judío aparece en tu casa de madrugada, en la mismísima cuna
del nazismo, es más que probable que experimentes niveles extremos de
desasosiego. Angustia, incredulidad, paranoia... Todas desempeñan su papel y
todas desembocan en la secreta sospecha de que las consecuencias que
aguardan no son demasiado halagüeñas. El miedo resplandece. Deslumbra.
Por sorprendente que parezca, ha de admitirse que, a pesar del miedo
iridiscente que relucía en la oscuridad, consiguieron controlar el embate de la
histeria.
Rosa le ordenó a Liesel que se fuera.
—Bett, Saumensch —dijo con voz tranquila, pero firme. Muy poco habitual.
Hans apareció al cabo de unos minutos y retiró las sábanas de la otra cama.
—Alles gut, Liesel? ¿Todo bien, Liesel?
—Sí, papá.
—Como ves, tenemos visita. —Liesel sólo adivinaba el contorno de la talla
de Hans Hubermann en la oscuridad—. Esta noche dormirá aquí.
—Sí, papá.
Minutos después, Max Vandenburg aparecía en la habitación, silencioso y
opaco. El hombre no respiraba. No se movía. Sin embargo, se las ingenió para
salvar la distancia que separaba la puerta de la cama y meterse bajo las sábanas.
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