LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 153
Markus Zusak
La ladrona de libros
Cuando contaba trece años, la tragedia volvió a visitarlos con la muerte de
su tío.
Como se desprende de las estadísticas, su tío no era un exaltado como Max,
sino la clase de persona que se desloma por un sueldo irrisorio sin protestar. Se
lo guardaba todo, se sacrificaba por su familia... y murió de algo que crecía en
su estómago. Algo parecido a una bola de bolera venenosa.
Como suele ocurrir, la familia se reunió alrededor de la cama y fue testigo
de su capitulación.
En cierto sentido, entre tanta tristeza y dolor, Max Vandenburg, en esos
momentos un adolescente de manos endurecidas, ojos oscuros y con un diente
picado, también estaba un poco decepcionado, incluso disgustado. Mientras
veía cómo su tío se consumía lentamente en el lecho, decidió que él jamás
moriría así.
El rostro del hombre decía a las claras que se había dado por vencido.
A pesar de la furiosa arquitectura del cráneo —la interminable mandíbula
que se extendía a lo largo de kilómetros, las mejillas saltonas y las simas de los
ojos—, estaba tranquilo y macilento. Parecía tan sereno que al muchacho le
entraron ganas de preguntar algo.
¿Por qué no pelea?, se interrogó.
¿Dónde está la voluntad de seguir adelante?
Cierto, con trece años, tal vez su juicio fuera excesivamente duro. No había
tenido que mirar a la cara a alguien como yo. Todavía no.
Se unió al corro alrededor de la cama y vio cómo moría el hombre, cómo
tomaba el desvío seguro de la vida a la muerte. Por la ventana se colaba una luz
gris y anaranjada, como el color de la piel en verano, y su tío pareció aliviado
una vez dejó de respirar para siempre.
—Cuando la muerte venga a por mí, sentirá mi puño en su cara —juró el
chico.
A mí, personalmente, me gusta. Esa estúpida gallardía.
Sí.
Me gusta mucho.
Desde entonces empezó a pelear con mayor regularidad. Un grupo de
amigos y enemigos acérrimos se reunía en secreto en Steberstrasse y peleaban
hasta que se hacía de noche. Alemanes arquetípicos, el extraño judío, los chicos
del Este... Tanto daba. No había nada mejor que una buena pelea para
desbravar el vigor de la adolescencia. Incluso a los enemigos apenas los
separaba un paso de la amistad.
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