LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 149

Markus Zusak La ladrona de libros Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos, lo visitó la Gestapo. Registraron su casa y, gracias a que no encontraron nada ni a nadie sospechoso, Hans Hubermann pudo considerarse afortunado: le permitieron quedarse. Probablemente lo salvó que la gente supiera que seguía esperando la admisión de su solicitud. Por eso lo toleraban e incluso lo reconocían como el competente pintor que era. Y no olvidemos su otra salvación. El acordeón fue lo que sin duda lo libró del ostracismo total. Había muchos pintores por todo Munich, pero tras la breve enseñanza de Erik Vandenburg y cerca de dos décadas de práctica constante por su cuenta, no había nadie en Molching que supiera tocar como él. Su estilo nada tenía que ver con la perfección, sino con la afabilidad. Incluso los errores se toleraban con simpatía. Hans «heilhitleriaba» cuando tenía que hacerlo y ondeaba la bandera el día establecido. No había ningún problema aparente. Entonces, el 16 de junio de 1939 (la fecha se había fraguado como el cemento), justo al cabo de seis meses de la llegada de Liesel a Himmelstrasse, ocurrió algo que cambiaría la vida de Hans Hubermann para siempre. Era un día que tenía trabajo. Salió de casa a las siete en punto de la mañana. Llevó a remolque el carro de pinturas, sin saber que lo seguían. Cuando llegó al trabajo, un joven forastero se acercó a él. Era rubio y alto, y estaba muy serio. Se miraron. —¿Es usted Hans Hubermann? Hans asintió con la cabeza. Se había estirado para alcanzar un pincel. —Sí, soy yo. —¿Por casualidad toca usted el acordeón? Esta vez Hans se detuvo y dejó el pincel donde estaba. Volvió a asentir. El forastero se rascó la barbilla y miró alrededor. —¿Es usted un hombre de palabra? —preguntó con gran suavidad, aunque muy claro. Hans sacó dos botes de pintura y le ofreció asiento. Antes de aceptar la invitación, el joven le tendió la mano y se presentó. —Me llamo Kugler. Walter. Vengo de Stuttgart. Se sentaron y charlaron en voz baja unos quince minutos, y acordaron un encuentro para más tarde, por la noche. 149