LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 133

Markus Zusak La ladrona de libros Liesel estaba completamente de acuerdo. Para empezar, no era católica, y en segundo lugar, ella también padecía hambre. Liesel cargaba con la colada, como siempre. Rudy llevaba dos baldes de agua fría o, como él decía, dos baldes de futuro hielo. Justo antes de que dieran las dos puso manos a la obra. Sin dudarlo, vertió el agua sobre la calzada, en el tramo exacto en que Otto tomaba la curva. Liesel tuvo que admitirlo. Al principio sintió una pequeña punzada de culpabilidad, pero el plan era perfecto o, al menos, bastante próximo a la perfección. Poco después de las dos, como todos los viernes, Otto Sturm doblaría hacia Münchenstrasse con la cesta llena, en el manillar. Ese viernes en particular no pasaría de allí. La calzada ya estaba helada de por sí, pero Rudy, apenas capaz de contener una sonrisa que le atravesaba el rostro de oreja a oreja, le añadió una capa adicional. —Ven, escondámonos detrás de ese arbusto —propuso. Al cabo de unos quince minutos, el diabólico plan dio su fruto, por así decirlo. Rudy señaló por el agujero del seto. —Ahí está. Otto apareció a la vuelta de la esquina, manso como un corderito. En menos que canta un gallo, perdió el control de la bicicleta al resbalar sobre el hielo y se cayó de morros en la calzada. Rudy miró preocupado a Liesel cuando vio que Otto no se movía. —¡Por los clavos de Cristo —exclamó Rudy—, creo que lo hemos matado! Salió sigiloso de detrás del arbusto, cogió la cesta y huyeron corriendo. —¿Respiraba? —preguntó Liesel, al final de la calle. —Reine Ahnung —contestó Rudy, aferrado a la cesta. No tenía ni idea. Vieron a Otto levantarse a lo lejos, rascarse la cabeza, después la entrepierna y buscar la cesta por todas partes. —Scheisskopf imbécil. Rudy sonrió y repasaron el botín: pan, huevos rotos y el no va más, Speck. Rudy se llevó el beicon a la nariz y lo olió con fruición. —Qué rico. Por tentador que fuera quedarse con el botín para ellos solos, fue superior el sentido de la lealtad que le debían a Arthur Berg. Se acercaron hasta los pisos 133