LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 130

Markus Zusak La ladrona de libros —Pronto me llamarán a filas —anunció su amigo Walter Kugler—, ya sabes cómo funciona esto... del ejército. —Lo siento, Walter. Walter Kugler, amigo de la infancia de Max, posó una mano en el hombro del judío. —Podría ser peor. —Miró a los ojos judíos de su amigo—. Podría ser tú. No volvieron a verse. Dejó un último paquete en el rincón, y esta vez había un billete. Walter abrió el Mein Kampf y lo metió dentro, junto al mapa que llevaba en el libro. —Página trece. —Sonrió—. A lo mejor trae suerte, ¿no? —Por si acaso. Se abrazaron. Cuando la puerta se cerró, Max abrió el libro y miró el billete: Stuttgart- Munich-Pasing. Partiría al cabo de dos días, de noche, con el tiempo justo para hacer el último transbordo. Desde allí, seguiría caminando. Tenía el mapa en la cabeza, doblado en cuatro, y la llave seguía pegada en la cubierta interior. Esperó sentado media hora antes de acercarse a la bolsa y abrirla. Además de comida, había otras cosas.  EL CONTENIDO ADICIONAL  DEL REGALO DE WALTER KUGLER Una pequeña navaja. Una cuchara (lo más parecido a un espejo). Crema de afeitar. Unas tijeras. Cuando se fue, en el almacén sólo quedó el suelo. —Adiós —susurró. Lo último que Max vio fue una pequeña maraña de pelo apoyada con indiferencia en la pared. Adiós. Con un rostro recién afeitado y el pelo a un lado, aunque bien repeinado, salió del edificio como un hombre nuevo. De hecho, salió como alemán. Un momento... De hecho, era alemán. O, mejor dicho, lo había sido. En el estómago se mezclaba la electrizante combinación de alimento y náusea. Anduvo hasta la estación. 130