LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 128
Markus Zusak
La ladrona de libros
Llevaba el pelo peinado hacia atrás y el vestido negro la asfixiaba. La
imagen enmarcada del Führer montaba guardia en la pared.
—Heil Hitler! —se animó Rudy.
—Heil Hitler! —respondió ella, enderezándose todavía más detrás del
mostrador—. ¿Y tú? —preguntó a Liesel, fulminándola con la mirada.
Liesel le ofreció un Heil Hitler! sin perder tiempo.
Rudy se apresuró a rescatar la moneda de las profundidades del bolsillo y a
depositarla con firmeza sobre el mostrador.
—Un surtido de golosinas, por favor —pidió, mirándola fijamente a los ojos
miopes.
Frau Diller sonrió. Sus dientes se daban codazos tratando de hacerse sitio
en la boca. La inesperada amabilidad motivó a su vez las sonrisas de Rudy y
Liesel. Por un instante.
Frau Diller se inclinó, rebuscó algo y volvió a aparecer.
—Toma —dijo, arrojando una única barrita de caramelo sobre el
mostrador—. Sírvete tú.
Lo desenvolvieron fuera y trataron de partirlo por la mitad con los dientes,
pero el azúcar parecía cristal. Demasiado duro, incluso para los colmillos de
depredador que Rudy tenía por dientes. Al final tuvieron que compartirla a
lametones hasta acabársela. Diez lametones para Rudy. Diez para Liesel.
Primero uno y luego el otro.
—Esto es vida —aseguró Rudy con una sonrisa de dientes de caramelo, y
Liesel no le llevó la contraria.
Cuando se lo acabaron, ambos tenían la boca de color rojo bermellón, y de
camino a casa mantuvieron los ojos bien abiertos por si encontraban otra
moneda.
Está claro que no encontraron nada. Nadie es tan afortunado dos veces en
un año, y mucho menos en una misma tarde.
Sin embargo, se pasearon felices por Himmelstrasse con las lenguas y los
dientes rojos, sin dejar de mirar al suelo.
Había sido un gran día y la Alemania nazi era un lugar maravilloso.
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