LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 125
Markus Zusak
La ladrona de libros
—Yo he robado dos libros.
Arthur se echó a reír; tres cortos resoplidos. Sus granos cambiaron de
posición.
—Los libros no se comen, mona.
Desde allí estudiaron los manzanos, que se extendían en largas y sinuosas
hileras. Arthur Berg dio las instrucciones.
—Uno: que no os pillen en la valla —empezó—. Si os pillan, os dejaremos
atrás. ¿Entendido? —Todo el mundo asintió con la cabeza o dijo que sí—. Dos:
uno en el árbol y el otro abajo, alguien tiene que meterlas en el saco. —Se frotó
las manos. Estaba disfrutando—. Tres: si veis que viene alguien, gritáis como si
os fuera la vida en ello... y todo Dios sale pitando. Richtig?
DOS ASPIRANTES A LADRONES
DE MANZANAS, EN SUSURROS
—Liesel, ¿estás segura? ¿De verdad quieres hacerlo?
—Mira esa valla, Rudy, es muy alta.
—No, no, mira, primero pasas el saco por encima. ¿Ves?
Como ellos.
—Vale.
—¡Pues vamos!
—¡No puedo! —Dudas—. Rudy...
—¡Mueve el culo, Saumensch!
La empujó hacia la valla, colocó el saco vacío sobre los alambres espinosos,
saltaron y corrieron detrás de los demás. Rudy se subió al árbol que tenía más
cerca y empezó a arrojar las manzanas al suelo. Liesel esperaba abajo y las iba
metiendo en el saco. Una vez lleno, se toparon con un nuevo problema.
—¿Cómo vamos a volver a saltar la valla?
Obtuvieron la respuesta cuando vieron a Arthur Berg trepar lo más cerca
posible de uno de los postes.
—El alambre aguanta más cerca de ese lado —concluyó Rudy.
El chico lanzó el saco, dejó que Liesel saltara primero y, acto seguido,
aterrizó junto a ella, entre la fruta que se había desparramado.
Junto a ellos, Arthur Berg, con sus piernas larguiruchas, los observaba
divertido.
—No está mal —dijo la voz desde las alturas—, no está nada mal.
Una vez en el río, ocultos entre los árboles, Berg consiguió el saco y les dio
una docena de manzanas a cada uno.
—Buen trabajo —fue su último comentario al respecto.
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