LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 116

Markus Zusak La ladrona de libros Todo hacía un ruido desesperante cuando estaba a solas en la oscuridad. Cada vez que se movía, oía el sonido de una arruga. Se sentía como un hombre con un traje de papel. La comida. Max dividió el pan en tres pedazos y guardó dos. Se concentró en el que tenía en la mano, masticando y engullendo, forzándolo a pasar por el árido desfiladero de su garganta. Al tragar notó la manteca fría y dura, que de vez en cuando se resistía. Unos buenos tragos de agua la despegaron y enviaron hacia abajo. Luego, las zanahorias. Una vez más, apartó dos y devoró la tercera. El ruido era ensordecedor. Incluso el Führer habría podido oír el escándalo que hacía al masticar la masa anaranjada. Los dientes se le partían cada vez que daba un mordisco, y estaba convencido de que al beber se los estaba tragando. «La próxima vez —se dijo—, bebe antes.» Al cabo de un rato, cuando los ecos lo abandonaron y reunió el valor para comprobar que todos los dientes seguían en su sitio, le alivió encontrarlos intactos. Intentó esbozar una sonrisa, pero esta se resistió. Sólo consiguió imaginar una sumisa tentativa y una boca llena de dientes rotos. Estuvo tocándoselos durante horas. Abrió la maleta y sacó el libro. No podía leer el título a oscuras, y le pareció que encender una cerilla en esos momentos era arriesgarse demasiado. —Por favor —musitó, aunque apenas llegó a un intento de susurro—, por favor. Hablaba con un hombre del que sólo conocía unos pocos detalles de relevancia, entre ellos su nombre: Hans Hubermann. Volvió a dirigirse al distante desconocido. Le suplicó. —Por favor. 116