LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 113

Markus Zusak La ladrona de libros —No has dicho nada. —Negó con la cabeza con vigor y siguió caminando apresurada—. Ni «Adiós», ni «Gracias», ni «Es lo más bonito que he visto en mi vida». ¡Nada! De acuerdo, era ladrona de libros, pero eso no significaba que fuera una maleducada, que no pudiera ser amable. Continuó andando, luchando contra la indecisión. Le puso fin en Münchenstrasse. En cuanto distinguió el rótulo que rezaba: STEINERSCHNEIDERMEISTER, dio media vuelta y echó a correr. Esta vez completamente decidida. Aporreó la puerta y el eco de latón resonó a través de la madera. Scheisse! No fue la mujer del alcalde, sino el propio alcalde el que apareció delante de ella. Con las prisas, Liesel no había reparado en el coche aparcado delante de la casa. —¿En qué puedo ayudarte? —preguntó el hombre bigotudo y trajeado. Liesel no pudo responder. Todavía. Estaba inclinada hacia delante, sin aliento. Por fortuna, la mujer llegó cuando había conseguido recuperarse. Ilsa Hermann se quedó detrás de su marido, a un lado. —Se me olvidó —jadeó Liesel. Levantó la bolsa y se dirigió a la mujer del alcalde. A pesar de la respiración forzada, consiguió colar las palabras por el resquicio que había entre el alcalde y el marco. Entre resuellos, las palabras salieron a trompicones—. Se me olvidó... Es decir, sólo... quería... darle... las gracias. La mujer del alcalde enrojeció. Se adelantó hasta quedar a la altura de su marido, asintió ligeramente con la cabeza, esperó un poco más y cerró la puerta. Liesel todavía tardó un rato en dar media vuelta. Sonrió a los escalones. 113