LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 104
Markus Zusak
La ladrona de libros
Hans leyó el título, seguramente sopesando qué clase de amenaza
representaba el libro para los corazones y las mentes del pueblo alemán. Se lo
devolvió. Y ocurrió algo.
—Jesús, María y José.
Cada palabra se precipitaba dando forma a la siguiente. La delincuente no
pudo soportarlo ni un segundo más.
—¿Qué pasa, papá? ¿Qué ocurre?
—Claro.
Igual que la mayoría de los humanos que han experimentado una
revelación, Hans Hubermann se quedó embobado. Pronunciaría sus siguientes
palabras a gritos o bien no conseguiría que salieran de su boca. En realidad,
acabaría repitiendo lo último que había dicho hacía apenas unos instantes.
—Claro. —Su voz fue como un puño estampado contra la mesa.
Estaba viendo algo, lo repasó con la mirada, de un extremo a otro, como si
fuera una carrera, aunque estaba demasiado alto y lejos para que Liesel
alcanzara a verlo.
—Va, papá, ¿qué pasa? —imploró. Temía que Hans tuviera la intención de
hablar del libro con Rosa. Típico de los humanos, eso era lo único que le
preocupaba—. ¿Vas a decírselo?
—¿Cómo dices?
—Ya me entiendes, si vas a decírselo a mamá.
Hans Hubermann seguía mirando, a lo alto y a lo lejos.
—¿El qué?
Liesel levantó el libro.
—Esto.
Lo blandió en el aire, como si empuñara una pistola. Hans parecía
confundido.
—¿Por qué iba a hacerlo?
Liesel odiaba esa clase de preguntas, las que le obligaban a admitir una
incómoda realidad, las que le obligaban a dejar al descubierto su sórdida y
delictiva naturaleza.
—Porque he vuelto a robar.
Su padre se agachó, pero enseguida se levantó y colocó una mano sobre la
cabeza de Liesel. Le acarició el pelo con sus largos y ásperos dedos.
—Claro que no, Liesel. Estás a salvo —la tranquilizó.
—¿Y qué vas a hacer?
Esa era la cuestión.
¿Qué increíble truco estaba a punto de sacarse de la chistera Hans
Hubermann en plena Münchenstrasse?
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