LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 100
Markus Zusak
La ladrona de libros
—¡Eh!
En ese momento estuvo a punto de volver corriendo y arrojar el libro al
montón de cenizas, pero al instante se descubrió incapaz de hacerlo. El único
movimiento que le salió fue darse medía vuelta.
—¡Aquí hay cosas que no se han quemado! —gritó uno de los hombres de
la limpieza, pero no se dirigía a la niña, sino a las personas que estaban junto al
ayuntamiento.
—¡Bueno, pues vuélvelas a quemar! —fue la respuesta—. ¡Y comprueba
que ardan!
—¡Creo que están húmedas!
—Jesús, María y José, ¿es que tengo que hacerlo todo yo?
El rumor de las pisadas pasó a su lado. Era el alcalde, con un abrigo negro
sobre el uniforme nazi. No reparó en la niña completamente inmóvil a apenas
unos pasos de él.
Se la tragó la tierra.
¡Qué emoción sentirse ignorada!
El libro ya se había enfriado lo suficiente para escondérselo dentro del
uniforme. Al principio le gustó la sensación de calor que le produjo junto al
pecho. Sin embargo, al empezar a caminar, el libro comenzó a calentarse de
nuevo.
Cuando llegó junto a su padre y Wolfgang Edel, el libro estaba empezando
a quemarla. Parecía a punto de arder.
Ambos la miraron.
Ella sonrió.
En ese instante, cuando la sonrisa retrocedió en sus labios, percibió algo
más. O, para ser más concretos, a alguien más. La sensación de que alguien la
vigilaba era evidente. La envolvió y se confirmó cuando se atrevió a dirigir la
vista atrás, hacia las sombras al lado del ayuntamiento. Junto al grupo de
siluetas esperaba una más, a unos metros, y Liesel descubrió dos cosas.
UN PAR DE INTUICIONES
1. La identidad de la sombra y
2. El hecho de que lo había visto todo.
La sombra llevaba las manos en los bolsillos del abrigo.
Tenía el pelo suave y sedoso.
De tener rostro, la expresión habría sido de agravio.
—Gottverdammt —exclamó Liesel, aunque sólo lo oyó ella—. Maldita sea.
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