que nos vamos a encontrar traerán consigo historias, responsabilidades, silencios, ausencias, marcas visibles o invisibles. En muchos casos, no habrá que buscar tan lejos para reconocer situaciones de trabajo infantil, exclusión o pobreza: estarán ahí, sentadas frente a nosotras, con nombre y apellido, con cuerpo y mirada.
Por eso, más que brindar una respuesta este trabajo nos dejó preguntas. ¿ Cómo construimos una escuela que no estigmatice? ¿ Cómo escuchamos sin juzgar? ¿ Cómo enseñamos sin reproducir desigualdades? ¿ Qué prácticas cotidianas podemos revisar para no reforzar veredictos escolares que limitan las trayectorias de quienes más necesitan de la escuela?
Como futuras docentes, creemos que el compromiso no está solo en dar clases, sino en habilitar otros sentidos posibles, romper con las lógicas adultocéntricas y abrir la puerta a una educación que contemple la justicia social como horizonte. Porque hablar de trabajo infantil, de participación, de desigualdad o de derechos, no es hablar de una teoría: es hablar de la vida. Y la vida( como la educación) no puede reducirse a un cuaderno, una nota o una carpeta. Es compleja e injusta a veces, pero también transformable.
Hoy más que nunca, necesitamos escuelas que no etiqueten, que no condenen, que no limiten. Necesitamos maestras y maestros que no se queden en él“ no puede”, sino que pregunten“¿ qué le pasa?”,“¿ cómo puedo ayudar?”. Escuelas que no repitan mandatos, sino que abran posibilidades.
Llegando al final, y sin olvidar a quien nos acompañó en esta presentación, no podemos dejar de imaginar qué pensaría Mafalda frente a esta realidad, probablemente no podría entender cómo después de tantos años siguen existiendo infancias marcadas por el trabajo, la pobreza y la exclusión. Con esa lucidez que la caracteriza, estaría profundamente indignada ante una realidad que parece no haber cambiado lo suficiente.
“¡ Paren el mundo, me quiero bajar!” decía Mafalda, la niña que leía el diario, cuestionaba a los adultos y soñaba con un mundo sin guerras ni injusticias. ¿ Qué pasaría si Mafalda fuera a la escuela hoy? ¿ Qué escucharía? Tal vez cosas como:“ No le da para las matemáticas”,“ ese chico no nació para estudiar”,“ es pobre, ¿ qué podés esperar?”. Frases que todavía circulan en las aulas y que, como dice Carina Kaplan( 2005), no son inocentes: etiquetan, duelen y limitan.
Pero también( quisiéramos creer) se sentiría orgullosa. Orgullosa de que no elijamos la indiferencia, de que tengamos la voluntad de mirar de frente estas problemáticas y llevarlas al centro de la escena educativa. Orgullosa de que decidamos transformar el aula en un espacio donde las preguntas incómodas tengan lugar y donde cada historia, cada niño y cada derecho sean reconocidos.
Agradecemos profundamente el espacio de esta revista, porque creemos que