Este colectivo , amorosamente llamado “ cohorte pandemia ”, no es tal por compartir tiempo y espacio ( cosa que no compartimos estrictamente , cada une en su burbuja ), es un colectivo por lo que pudimos armar entre todes .
En condiciones normales , se supone que les estudiantes preguntan y les docentes tenemos las respuestas , al menos en lo que hace a las decisiones y la organización del trabajo . Llegué a esta residencia con más preguntas de las que les estudiantes y aun yo misma , podía imaginar . A las habituales de cada cuatrimestre , se sumaba una escuela nueva para mí , una nueva profesora de Matemática y un grupo de estudiantes entre los cuales solo había uno al que conocía de otra cursada . Con todes les demás , sólo pantallas , horas de pantallas , mails y WhatsApp en sus diversos formatos , escritos , audios , fotos , capturas de pantalla . Nunca habíamos respirado el mismo aire , pero parecía que nos conocíamos desde hacía años .
Las primeras sorpresas fueron las estaturas , los tonos de las voces sin micrófonos , las tonalidades del pelo y de las pieles , saber que se mueven en bicicleta , las manos , los detalles de algún aro , algún anillo , los anteojos de sol . Me maravilló descubrir detalles que en tiempos “ normales ” seguro no hubiera mirado .
Ese primer día de abril , a las 13 horas , llegué a la puerta de la escuela llena de contradicciones . Una bronca enorme con el gobierno de la ciudad que nos mandaba a exponernos al peligro de contagio , pero a la vez una inconfesable alegría por estar en la escuela , por estar con “ mis ” estudiantes , por recuperar algo de lo que tanto estaba extrañando . Esa contradicción acompañó toda la residencia : el enojo , la furia , un poco de miedo y una inmensa alegría , políticamente inconfesable .