de logopedia, pero lo hace desde la autocrítica y con un gran
sentido del humor que, quien la conoce, sabe que constituye
uno de sus rasgos característicos.
El relato llega hasta la actualidad, incluyendo el episodio
que explica el hecho de que hoy me halle escribiendo este
prólogo.
Conocí a Cristina Harster en mi condición de médico
foniatra y terapeuta de la voz y el habla pero, como ocurre
siempre con ella, pronto la relación fue no solo profesional
sino de amistad. Por lo tanto, de ningún modo podía negarme,
más cuando Cristina, con loable perseverancia, nunca deja de
venir a escuchar y animar los conciertos de mi coral.
Es un libro muy ameno, interesante, que tiene el esperable
valor testimonial pero, además, un indudable valor literario,
pues Cristina Harster sabe escribir.
Llegados a este punto, es preciso hablar del personaje. Se
trata de un espíritu cultivado, a quien podemos calificar de
literata: filóloga, traductora, escritora de relatos, integrante
de un grupo de tertulia y comentario de obras literarias en el
Ateneo de Barcelona.
Amante de la música, sobre todo la clásica; ello le ha llevado
a recibir clases de canto, del que es una apasionada.
Pero se diría que el rasgo más destacable de la autora viene
del hecho de amar por encima de todo la comunicación.
Si la mirada y sonrisa francas, la empatía, el sentido del
humor, la confianza en las propias posibilidades, junto con
todo aquello que da credibilidad al mensaje son algunas de
las características del buen comunicador, entonces Cristina
Harster es una crack.
Pero su perfeccionismo la ha llevado más allá, porque también
se requiere el dominio del tempo, del tono y la entonación,
de las pausas amén de una perfecta inteligibilidad que,