La Falsificación de la Realidad La Falsificación de la Realidad | Page 91
Norberto Ceresole
En rigor de verdad los cubanos tenían cierta capacidad para proyectar poder
militar sobre la región, pero siempre que se tratara de conflictos de baja
intensidad. Mantuvieron esa capacidad hasta hace relativamente poco tiempo
con sus dos últimos grandes fracasos: la experiencia del M19 colombiano y el
apoyo logístico al MIR chileno.
El aventurerismo del Departamento de América -nos referimos a su vieja
estructura y no a la actual- se proyecta en el tiempo mucho más allá de la
sangrienta aventura foquista. Recuerdo que durante mi último viaje a la Isla, en
1990, cuando ya los rigores del derrumbe soviético se sentían con mucha fuerza
en La Habana, fue el propio comandante Piñeiro ("Barbarroja") quien me
impulsó a estrechar vínculos, en la Argentina, con el coronel Seineldín, jefe de
los "carapintadas", quien en ese momento gozaba de prestigio en el CC del PCC,
por su anterior actuación en Panamá.
Tengo entendido que el alejamiento del comandante Piñeiro, cuya barba ya no
era roja, como en los viejos tiempos, sino totalmente blanca, produjo una
profunda reestructuración de ese famoso Departamento y, afortunadamente,
una revisión profunda de metodologías. Ello nos alivia, porque en estos
momentos sólo una sistemática revalorización de la memoria histórica de los
argentinos puede restaurar las heridas que en el pasado inmediato asolaron a
su sociedad. En esta reflexión no pueden existir "santuarios". Y,
desgraciadamente, el viejo Departamento de América debe ser considerado
como un factor interior de la política y de la "guerra civil" argentina de aquellos
años. Excluirlo de la reflexión significaría excluir a uno de los actores
principales de nuestro drama nacional.
En rigor de verdad tanto las fuerzas armadas como la guerrilla fueron vulgares
"actores de reparto"; segundones que aparecían como fachada tras la cual
operaban intereses que, en uno y otro extremo del espectro ideológico, estaban
en discordancia tanto con el interés nacional como con las necesidades reales
de nuestro pueblo. Se trató de un espectáculo no sólo cruel sino también
grotesco. Mientras los irregulares pretendíamos imponer por la fuerza un
proyecto que no sólo estaba en crisis sino ya herido de muerte, los regulares,
amparados en la enorme fuerza legitimatoria del Estado, defendieron -con una
brutalidad de la que luego carecieron en la Guerra del Atlántico Sur- un modelo
de dependencia, de subordinación nacional y de profunda injusticia social.
Finalmente ese modelo revierte en contra de las instituciones militares
establecidas, ya que él le transfiere a esas instituciones no sólo la
responsabilidad de lo ocurrido en el pasado sino la gravísima culpa de la
indefensión del presente. El gran ganador, en definitiva, fue el "sistema", que
logra autoperpetuarse tanto bajo la forma de una dictadura como bajo la forma
de una "democracia".
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