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La Falsificación de la Realidad
social es nacionalmente distinto, porque distintas son las culturas que los
impulsan.
La lucha política culturalmente diferenciada es lo que resume y sintetiza, es lo
que expresa con mayor contundencia todas las reivindicaciones económicas de
los humillados contra la globalidad (sistema unipolar). Las reacciones de la
población rusa empobrecida hasta el paroxismo por esa exigencia económica del
globalismo que es el liberalismo salvaje, pasan inexorablemente por la
reivindicación de un espacio estratégico propio eliminado por el sistema
unipolar. Las reinvindicaciones de los humillados del mundo árabe-musulmán
pasan por una lucha sin cuartel contra el Estado judío, es decir, pivotan sobre
la construcción y/o reconstrucción de módulos nacionales también propios.
Los módulos nacionales a construir o a re-construir forman parte de una
cultura, de un espacio cultural, pero no se reducen a él. Como lo demuestra la
cotidianeidad del mundo árabe musulmán, una cultura -el Islam- de hecho
abarca diversos módulos nacionales, como lo demuestra la reconstrucción del
Líbano, hecha en base a una guerra nacional contra un agresor "extraño", el
israelí. No es una guerra que puedan hacer -en representación de los libaneses-
otros árabes u otros musulmanes. La recuperación del marco nacional es un
hecho personalizado y personalizador en la escala internacional (58).
Existe una cultura genérica de la clase de los incluidos o amos del mundo
(Herrenvölker ) -que mantienen entre sí un sistema de solidaridades
horizontales. Esa cultura está siendo elaborada por los intelectuales orgánicos
de esa clase global, representados por los restos de las izquierdas centrales y
urbanas. Desde ese viejo pensamiento iluminista pretenden imponer a los
excluidos una convicción principal: toda revolución -es decir, toda
diferenciación- es imposible en tiempos de globalidad. Sin embargo, nunca
como hoy la revolución -esto es, la diferenciación o identidad- es tan necesaria y
urgente.
Pero no estamos hablando desde el punto de vista ciego y descerebrado de una
izquierda reconvertida al neo-liberalismo cuyos fragmentos aún pretenden
opinar sobre las cuestiones del mundo. Los estallidos revolucionarios que hoy
sacuden e impactan en y sobre todos los puntos del planeta no tienen su
referencia ni en el racionalismo filosófico ni en las eclosiones norteamericana y
francesa del siglo XVIII. La continuidad del iluminismo francés estuvo
representada por el posterior fracaso del marxismo a escala planetaria. Pero el
fracaso del marxismo y la debacle de la "izquierda" -racionalista y, ahora,
"humanista" (59)- no significa el fracaso de la revolución misma.
Lo que ha quedado eliminado del horizonte es la revolución como pura
desestructuración social. Lo que hoy se plantea como necesidad urgente es la
revolución como reestructuración social. Una revolución mucho más ligada a la
dignidad de los humillados que a la indignidad de los humilladores. Una
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