sobre el paciente para así dar fin con el dolor y sufrimiento intolerables e
intratables.
Hablamos del “valor de la vida
humana” pero, como personas y
como sujetos sociales, nos importa
cada vez más señalar en qué
consiste y a qué nos obliga si
queremos poner en práctica esa
valoración.
El conocimiento actual de la vida humana, desde el punto de vista
biológico, alcanza un detalle y una profundidad que nos permite formular
con más y mejor precisión una idea esencial: que cada ser humano es único
e irrepetible, valioso por el hecho de serlo y de vivir.
La Ciencia positiva nos muestra cómo
es el inicio de la vida del hombre y
cuándo llega su final natural. También
propicia mejores intervenciones para
mantener y prolongar la salud a lo
largo de nuestro ciclo vital. Pero, el
salto a ese ámbito de los valores sigue
siendo fruto de una actitud de
compromiso. Como lo ha sido en
tantas ocasiones que a lo largo de la
Historia nos llevaron a construir un
sistema de valores basado en el ser
humano como fin, no como medio.
Y sobre todo, cuando se asentó el mensaje de que la trascendencia de la
vida humana está precisamente en la aceptación de nuestra pertenencia a
una misma especie, con unos derechos que alcanzan a todos.
La promoción de la eutanasia, tan intensa en algunos ámbitos, se suele
basar en la consideración de situaciones-límite muy concretas.
Una sociedad que acepta la terminación
de la vida de algunas personas, en razón a
la precariedad de su salud y por la
actuación de terceros, se inflige a sí misma
la ofensa que supone considerar indigna la