La disputa de los mil días | Page 2

Un soleado y aparentemente tranquilo domingo de junio del año pasado, esta comunidad de la que muchos payaneses no dan razón alguna, sufrió una masiva y extraña intoxicación.

Cien habitantes, cien vidas que inocentemente confiaron su almuerzo de domingo a un sancocho “contaminado”, colapsaron los hospitales María Occidente, San José y Susana López durante una semana.

La justa razón de tan desafortunado evento fue recaudar fondos para el mantenimiento de las redes de alcantarillado del acueducto veredal.

Varias hipótesis rondaron en los medios frente a la masiva noticia: el agua, que no es potable, no hirvió antes de cocinar todos los alimentos, unas desafortunadas gallinas vengaron su muerte tomándose un veneno antes de finalizar su destino en la olla. María Edilma Erazo, una de las víctimas de aquel sorpresivo 16 de junio, cuenta que “Serviaseo fumigó los andenes de la vereda días antes del evento; además, en aquella colina tenemos el relleno sanitario y —como estamos debajo de ella— todos los olores bajan y perturban el día. Ese viento que baja está contaminado“.

Ante todo el drama del verano pasado, el anhelado Puesto de Salud no estuvo en condiciones de atender, al menos, los tratamientos posteriores a la hospitalización de las personas intoxicadas. La travesía de salir de sus rutinas diarias, subir a un colectivo y luego esperar por una ficha de atención en una empresa de salud, parecía ser demasiado para las familias. Todo el acontecimiento fue un llamado de atención para la pronta habilitación del Puesto de Salud. Pero, esa ausente morada no es más que ignorada por los juzgadores ojos de los paseantes, que lo único que hacen al pasar por su frente es, lamentar el estado de la pobre olvidada.

Una comunidad olvidada

Abre una zanja, con pico, pala y un sol abrasador. Con sus botas pantaneras, su camisa a medio abotonar, su gorra contra el sol, Oscar Eraso, gerente del acueducto veredal, parece un poco sorprendido por quienes interrumpen su día laboral indagando acerca del estado de la agitada situación del año pasado. Del día de la intoxicación poco dice. Sólo sabe que culpa del acueducto no pudo ser. “La gente ya sabe que el agua no es potable, eso fue otra cosa”.

Viejos cansados, amas de casa inalcanzables, niños que abrazan a su perro. En todos ellos, rondan las imágenes de un dramático día que casi termina en desgracia. Mientras recuerdan, un olor pasa por sus narices distraídas. Putrefacto y repugnante, esas deberían ser las palabras que describen el aroma de ese casi muerto ecosistema. Por la cara que expresan los habitantes cuando los alisios y los monzones visitan itinerantemente la depresión geográfica, se podría inferir el perturbado diario vivir de estas tranquilas personas.