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de Francia, Cuándo la lengua de los vencedores, la francesa, más
triunfos comenzó a cosechar, la fe, finalmente, sólo siguió siendo
libre en el castillo de Montségur y en las tierras altas de Foix
protegidas por el castillo y por las imponentes montañas pirenaicas.
Y todavía se mantenía libre aquí en el año 1244, o sea, treinta y cinco
años después del comienzo de la guerra. La previsora condesa
Esclarmonde, a cuyos bienes por viudez le pertenecía en condominio
Montségur, después de la fracasada Conferencia de Pamiers, le había
dado la orden al mejor arquitecto de castillos de aquellos tiempos,
Bertrán de Baccalauria, de consolidar el castillo de manera tal que,
según toda humana prevención, fuera inexpugnable. Sólo así fue
posible que aquí arriba, cerca de las nubes, un puñado de caballeros
fíeles a la patria, herejes de fe inquebrantable y buenos lugareños,
pudieran mantenerse firmes contra el obstinado enemigo, tan
superior en fuerza.
Cecilia, hermana de Esclarmonde, también era "hereje". Pero
pertenecía a los valdenses, creyentes en la Biblia y adherentes al
comerciante de Lyon Pedro de Valdo, que, como protesta por la
opulencia de Roma y la depravación de las costumbres, se esforzaba
por llevar una vida apostólica, en el sentido de la imitación, apegada
a la letra, de Cristo. También a los valdenses, a los que muy pocos
caballeros o asentados libres provenzales pertenecían, el Vaticano
había jurado exterminarlos. Durante la cruzada contra los albigenses
arrastraron miles y miles de ellos a la muerte.
Pero los archiherejes eran los cátaros más odiados por Roma, que
eran con los que el padre y el hermano de Esclarmonde simpatiza-
ban. Este último era un trovador famoso y su burgo permaneció
abierto para todos los rapsodas vagabundos. A la hora de su muer-
te, pidió que se le impartiera el "consuelo" herético.