LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 33

viaje, vuelvo a mirar hacia el norte. Hacia el Septentrión. Allá de- ben estar una Montaña de la Asamblea y una corona... TOULOUSE Había abandonado París ya avanzada la noche, bajo una fuerte lluvia de octubre. Cansado por la gran ciudad, pronto me quedé dormido. Al despertar, saludé a través del vidrio de mi compartimento al azul nunca visto por mí de un cielo sureño; los árboles refulgían en colores estivales, las aguas de un río brillaban, por encima se extendía un puente medieval ancho y alto. Estoy en la ciudad desde hace casi diez horas, y he visitado lo que un viajero debe ver para poder decir con todo derecho que ha esta- do en Toulouse. Lo último que visité fue la catedral Saint Germain, una maravillosa construcción de ladrillo románica, que me ha hecho recordar las iglesias góticas de Greifswald, Stralsund, Wismar o Chorín. Al venir desde el centro de la ciudad, la catedral se aproximaba; caían sobre ella los rayos dorados del sol al atardecer escondido por las casas altas. Casi parecía que ardiera en el interior de la casa de Dios un fuego que hiciera poner al rojo la piedra, o como si se la hubiese rociado con sangre. Mucha sangre ha corrido por Toulouse: sangre de godos y sangre albigense... Crucé la plaza frente al portal de entrada y recordé al filósofo ita- liano Vanini, al que los sacerdotes de Roma le cortaron la lengua para que en adelante nunca más pudiera hablar a los hombres. Finalmente se lo quemó vivo en Toulouse el 19 de febrero de 1619 porque, al quedar mudo, había comenzado a escribir. En el interior de la iglesia me fijé en un paraguas toscamente enrollado arrimado a una columna; al lado, oprimiendo la espalda contra una segunda columna y los brazos puestos por detrás de la misma,