LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 126
que manifestaba desconfianza a la "nueva religión oriental"- era
que ésta tenía que ganar sea como fuere, para lograr la conquista
del mundo por el pueblo de Israel y de la Iglesia proveniente de éste,
que iba siendo una codiciosa potencia mundial (el mundo tenía
que pasar a constituir un Estado de Dios judío).
Es por esto que Agustín se inventó, sin ningún fundamento, que
Roma pertenecía a la casta de Caín, Abel-Remo habían sido asesi-
nados por Caín-Rómulo, por esta causa Roma había caído en el
pecado y la flaqueza y solamente el semita Jesús podría liberarla de
los godos, conquistadores de la ciudad eterna. Los godos no prove-
nían de la descendencia de Sem, por lo tanto ni de Caín ni de Set.
Menos aún podrían provenir de la descendencia del bíblico Abel, ya
que la Biblia nada da a conocer de la descendencia de Abel. ¿De qué
descendencia eran los godos? Respondo a la pregunta: los godos
eran de la descendencia de aquellos ángeles caídos de Dios de los cuales
habla Agustín. Con Lucifer, estos ángeles son condenados por el Dios
bíblico al infierno, a la caverna más profunda. Los "ángeles caídos de
Dios" de Agustín y su descendencia, de la que procedían los godos,
conforman la corte de Lucifer. Ahora, que cada uno de los que
hasta aquí me han seguido saque sus propias conclusiones de la
doctrina racial de Agustín. No olvide tampoco pensar aquí en aquella
tan poco conocida frase del estadista inglés Disraeli, un judío, que ha
dicho consciente y manifiestamente que la historia solamente puede
ser entendida Cuándo se tienen conocimientos sobre los problemas
de las razas. También piense en Heracles y los argonautas. Uno de
ellos, Perseo, fue el "creador" de Persia, Heracles y los argonautas
todos pertenecieron a los "ángeles caídos". Incluso Cuándo todavía
hoy estén en el cielo como constelaciones ¡a pesar de Yahvé! La
homonimia de las palabras de Abel y Abelio (así llamaban también
al sol los antiguos cretenses) obliga a reflexionar a quien piense más
allá. A este respecto también yo me preocupo. Quizá dé a conocer en
otro libro estas preocupaciones.
En Roma hubo, dice la antigua canción de la "Guerra de