LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 100

desconcertante. Por lo tanto, su amor brotó menos de una pasión real sensual, que de una frívola ambición por hacerse notar ante la mujer suprema y así es como comprendió que tenía que enlazar esta adoración romántica a una "dama del corazón", inalcanzable, con el menosprecio total al respeto a aquella mujer que lo hacía víctima de sus extravíos. Así, pues, Ignacio, tal como los demás caballeros jóvenes de su época, se enredó en dudosas aventuras y se dio a la caza de los más vulgares placeres carnales. Lo poco que destacaba como adolescente por su pureza de carácter se infiere de sus propias confesiones. Muchas décadas después, siendo ya general de la orden de los jesuitas, le contó arrepentido a uno de sus cofrades que en sus años mozos, siendo caballero, había cometido un robo sin avergonzarse y luego había sido testigo de cómo se castigaba a un inocente por culpa de lo que él había hecho. Por el tiempo en que Ignacio estaba en la corte real española, los caballeros habían sufrido menoscabo, en el centro de una vida ociosa a la sombra del soberano, en su valentía varonil y en la orgullosa dignidad de sus ancestros. Es lo que también ocurrió con el joven noble de Loyola; el gusto al desafío de los valientes antepasados decayó y se rebajó a una barata alegría por toda clase de granujadas contra indefensos ciudadanos y ciudadanas. Todos estos jóvenes caballeros eran bruscos y arrogantes Cuándo tenían que tratar con subalternos y de sumisión belicosa contra soberanos y favoritos, pero, entre ellos, de una ridícula cortesía ceremoniosa. De este frívolo modo de vida y de estos mezquinos ideales de Ignacio, surgió una formación totalmente unilateral y superfi- cial. Aunque bien había aprendido a leer, sus lecturas eran sólo aquellas novelas de caballería e historias de encantamientos que por esos años provocaban entusiasmo en todas partes. Todavía no había pasado mucho tiempo desde la invención del arte de la imprenta y esta gran conquista sirvió primero casi sólo para que en todas las capas y clases se popularizaran las novelas de caba- llería. Era aquella época de la que pronto saldría la grandiosa