LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 87

cortadas por el mismo patrón, Deberías haberles explicado que no merecía la pena que se preocuparan, sabes bien que mi padre no quiere vivir en el Centro, Sí, pero preferí no hacerlo, Por qué, Sería darles pie a pensar que son los únicos en el terreno, Si insisten, no tendrás otro remedio, Será suficiente con que no acepte el ascenso, sólo necesitaría encontrar una razón que consiguiera convencer al Centro, Dudo de que la encuentres. Estaban sentados en la cama, podían tocarse, pero el momento de las caricias había pasado, aparentemente andaba tan lejos de allí como el tiempo del besamanos y la reverencia, o incluso de aquel otro momento en que dos manos de hombre fueron besadas, y luego cobijadas en el seno de la mujer. Marcial dijo, Sé que no está bien que un hijo haga una declaración de éstas, pero la verdad es que no quiero vivir con mis padres, Por qué, Nunca nos entendimos, ni yo a ellos, ni ellos a mí, Son tus padres, Sí, son mis padres, aquella noche se fueron a la cama y les apeteció, de ahí nací, cuando era pequeño recuerdo haberles oído comentar, como quien se divierte contando un buen chiste, que él, en esa ocasión, estaba borracho, Con vino o sin vino, de eso nacemos todos, Reconozco que es una exageración, pero me repugna pensar que mi padre estaba borracho cuando me engendró, es como si yo fuese hijo de otro hombre, es como si aquel que realmente debería haber sido mi padre no hubiese podido serlo, como si su lugar hubiese sido ocupado por otro hombre, este a quien hoy le he oído decir que ojalá me castiguen mis hijos, No fue exactamente así como él se expresó, Pero fue exactamente como lo pensó. Marta sostuvo la mano izquierda de Marcial, la apretó entre las suyas, y murmuró, Todos los padres fueron hijos, muchos hijos acaban siendo padres, pero unos se olvidan de que lo fueron, y a los otros no hay nadie que pueda explicarles lo que serán, No es fácil de entender, Ni yo misma lo entiendo, me ha salido así, no hagas caso, Vamos a acostarnos, Vamos. Se desnudaron y se metieron en la cama. El momento de las caricias volvió a entrar en el dormitorio, pidió disculpas por haberse demorado tanto ahí fuera, no encontraba el camino, se justificó, y, de repente, como les sucede algunas veces a los momentos, se hizo eterno. Un cuarto de hora después, todavía enlazados los cuerpos, Marta murmuró, Marcial, Qué, preguntó él soñoliento, Tengo dos días de retraso. 87