LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 76
instantáneo relámpago, lo empujó hacia una conclusión asaz
embarazosa, formulada en un soñador murmullo, Así ya no tendría que
venir al Centro. El gesto contrariado de Cipriano Algor,
inmediatamente después de haber pronunciado estas palabras, no
permite que demos la espalda a la evidencia de que el alfarero, no
obstante el gusto de pensar en Isaura Estudiosa que se le viene
observando, no puede evitar un movimiento de humor que lo parece
negar. Perder el tiempo en explicar por qué le gusta sería poco menos
que inútil, hay cosas en la vida que se definen por sí mismas, un cierto
hombre, una cierta mujer, una cierta palabra, un cierto momento,
bastaría que así lo hubiésemos enunciado para que todo el mundo
percibiese de qué se trataba, pero otras cosas hay, y hasta podrán ser
el mismo hombre y la misma mujer, la misma palabra y el mismo
momento, que, miradas desde un ángulo diferente, con una luz
diferente, pasan a determinar dudas y perplejidades, señales
inquietas, una insólita palpitación, por eso a Cipriano Algor le falló de
repente el gusto de pensar en Isaura Estudiosa, la culpa la tuvo
aquella frase, Así ya no tendría que venir al Centro, como quien dice,
Casándome con ella, tendría quien me cuidase, otra vez queda
demostrado lo que ya demostración no precisa, o sea, aquello que más
le cuesta a un hombre es reconocer sus debilidades y confesarlas.
Sobre todo cuando éstas se manifiestan fuera de la época apropiada,
como un fruto que la rama sostiene mal porque nació demasiado tarde
para la estación. Cipriano Algor suspiró, después miró el reloj. Era hora
de ir a recoger al yerno a la puerta del Servicio de Seguridad.
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