LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 44
remanente, que nunca negaría, no era la comida lo que preocupaba a
Encontrado en ese momento, lo que él pretendía era que le diesen una
señal de lo que debería hacer a continuación. Tenía sed, que
obviamente podría saciar en cualquiera de las muchas pozas de agua
que la lluvia había dejado alrededor de la casa, pero le retenía algo
que, si estuviésemos hablando de sentimientos de personas, no
dudaríamos en llamar escrúpulo o delicadeza de maneras. Si le habían
puesto el alimento en un plato, si no quisieron que lo tomase
groseramente del barro del suelo, era porque el agua también debería
ser bebida en un recipiente apropiado. Tendrá sed, dijo Marta, los
perros necesitan mucha agua, Tiene ahí esas pozas, respondió el
padre, no bebe porque no quiere, Si vamos a quedarnos con él, no es
para que ande bebiendo agua de los charcos como si no tuviese
asiento ni casa, obligaciones son obligaciones. Mientras Cipriano Algor
se dedicaba a pronunciar frases sueltas, casi sin sentido, cuyo único
objetivo era ir habituando al perro al sonido de su voz, pero en las que
aposta, con la insistencia de un estribillo, la palabra Encontrado se iba
repitiendo, Marta trajo un cuenco grande de barro lleno de agua
limpia, que puso al lado de la caseta. Desafiando escepticismos,
sobradamente justificados después de millares de relatos leídos y oídos
sobre las vidas ejemplares de los perros y sus milagros, tendremos
que decir que Encontrado volvió a sorprender a los nuevos dueños
quedándose donde estaba, frente a frente con Cipriano Algor, a la
espera, según todas las apariencias, de que él llegase al final de lo que
tenía que decirle. Sólo cuando el alfarero se calló y le hizo un gesto
como de despedida, el perro se dio la vuelta y fue a beber. Nunca he
visto un perro que se comporte de esta manera, observó Marta, Lo
malo, después de esto, respondió el padre, será que alguien nos diga
que el perro le pertenece, No creo que tal cosa suceda, incluso juraría
que Encontrado no es de por aquí, perros de rebaño y perros de
guarda no hacen lo que éste ha hecho, Después de desayunar voy a
dar una vuelta para preguntar, Aproveche para llevarle el cántaro a la
vecina Isaura, dijo Marta, sin tomarse la molestia de disimular la
sonrisa, Ya había pensado en eso, como decía mi abuelo, no dejes para
la tarde lo que puedas hacer por la mañana, respondió Cipriano Algor
mientras miraba a otro lado. Encontrado acabó de beber su agua, y
como ninguno de aquellos dos parecía querer prestarle atención, se
tumbó en la entrada de la caseta donde el suelo estaba menos
mojado.
Tras el desayuno, Cipriano Algor escogió un cántaro del almacén de
obra acabada, lo colocó cuidadosamente en la furgoneta, ajustándolo,
para que no rodase, entre las cajas de platos, después entró, se sentó
44