LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 32

deja obra hecha, dijo Marta, Exactamente como en la vida despierta, trabajas, trabajas y trabajas, y un día despiertas de ese sueño o de esa pesadilla y te dicen que lo que has hecho no sirve para nada, Sí sirve, sí, padre, Es como si no hubiese servido, Hoy hemos tenido mal día, mañana pensaremos con más calma, veremos cómo encontrar salida para este problema que nos han buscado, Pues sí, veremos, pues sí, pensaremos. Marta se acercó al padre, le dio un beso cariñoso, Váyase a la cama, venga, y duerma bien, descánseme esa cabeza. A la entrada del dormitorio Cipriano Algor se detuvo, se volvió atrás, pareció dudar un momento y acabó diciendo, como si pretendiera convencerse a sí mismo, Tal vez Marcial llame mañana, tal vez nos dé una buena noticia, Quién sabe, padre, quién sabe, respondió Marta, él me dijo que se tomaría la cuestión muy a pecho, ésa era su disposición. Marcial no telefoneó al día siguiente. Pasó todo ese día, que era miércoles, pasó el jueves y pasó el viernes, pasaron sábado y domingo, y sólo el lunes, casi una semana después del desaire a la alfarería, el teléfono volvió a sonar en casa de Cipriano Algor. En contra de lo anunciado, el alfarero no salió a dar una vuelta por los alrededores en busca de compradores. Ocupó sus arrastradas horas en pequeños trabajos, algunos innecesarios, como el de inspeccionar y limpiar meticulosamente el horno, de arriba abajo, por dentro y por fuera, junta a junta, teja a teja, como si estuviese preparándolo para la mayor cochura de su historia. Amasó una porción de barro que la hija necesitaba pero, al contrario de la atención escrupulosa con que había tratado el horno, lo hizo con poquísimo celo, tanto es así que Marta, a escondidas, se vio obligada a amasarlo otra vez para reducirle los grumos. Cortó leña, barrió la explanada, y la tarde en que, durante más de tres horas, cayó una de esas lluvias finas y monótonas a las que antes se le daba el nombre de calabobos, estuvo todo el tiempo sentado en un tronco debajo del alpendre, unas veces mirando al frente con la fijeza de un ciego que sabe que no verá si vuelve la cabeza en otra dirección, otras veces contemplando las propias manos abiertas, como si en sus líneas, en sus encrucijadas, buscase un camino, el más corto o el más largo, en general ir por uno o por otro depende de la mucha o poca prisa que se tenga en llegar, sin olvidar esos casos en que alguien o algo nos va empujando por la espalda, sin que sepamos por qué ni hacia dónde. En esa tarde, cuando la lluvia paró, Cipriano Algor bajó el camino que llevaba a la carretera, no se dio cuenta de que la hija lo miraba desde la puerta de la alfarería, pero ni él tenía necesidad de decir adonde iba, ni ella de que se lo dijese. Hombre obstinado, pensó Marta, debería haberse llevado la furgoneta, 32