LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 224
timbre y a algunos golpes con los nudillos, no apareció nadie desde
dentro preguntando qué se pretendía. A quien tuvo que dar prontas y
completas explicaciones fue a un guarda que, atraído por el ruido o,
más probablemente, guiado por las imágenes del circuito interno de
vídeo, le vino a preguntar quién era y qué hacía en aquel lugar.
Cipriano Algor explicó que vivía en el piso treinta y cuatro y que,
paseando por allí, sintió su atención estimulada por el letrero de la
puerta, Simple curiosidad, señor, simple curiosidad de quien no tiene
nada más que hacer. El guarda le pidió el carné de identidad, el carné
que le acreditaba como residente, comparó la cara con el retrato
incorporado en cada uno, examinó con lupa las impresiones digitales
en los documentos, y, para terminar, recogió una impresión del mismo
dedo, que Cipriano Algor, tras haber sido debidamente industriado,
oprimió contra lo que sería un lector del ordenador portátil que el
guarda extrajo de una bolsa que colgaba del hombro, al mismo tiempo
que decía, No se preocupe, son formalidades, en todo caso acépteme
un consejo, no vuelva a aparecer por aquí, podría complicarse la vida,
ser curioso una vez basta, además no vale la pena, no hay nada
secreto tras esa puerta, en tiempos, sí hubo, ahora ya no, Si es como
dice, por qué no retiran la chapa, preguntó Cipriano Algor, Sirve de
reclamo para que sepamos quiénes son las personas curiosas que
viven en el Centro. El guarda esperó a que Cipriano Algor se apartara
una decena de metros, después lo siguió hasta que encontró un
colega, a quien, para evitar ser reconocido, pasó la misión, Qué ha
hecho, preguntó el guarda Marcial Gacho disimulando su preocupación,
Estaba llamando a la puerta secreta, No es grave, eso sucede varias
veces todos los días, dijo Marcial, con alivio, Sí, pero la gente tiene que
aprender a no ser curiosa, a pasar de largo, a no meter la nariz donde
no ha sido llamada, es una cuestión de tiempo y de habilidad, O de
fuerza, dijo Marcial, La fuerza, salvo en casos muy extremos, ha
dejado de ser necesaria, claro que yo podía haberlo detenido para
interrogarlo, pero lo que hice fue darle buenos consejos, usando la
psicología, Tengo que ir tras él, dijo Marcial, no sea que se me escape,
Si notas algo sospechoso, infórmame para anexionarlo al expediente,
lo firmaremos los dos. Se fue el otro guarda, y Marcial, después de
haber acompañado de lejos el deambular del suegro hasta dos pisos
más arriba, lo dejó ir. Se preguntaba a sí mismo qué sería más
adecuado, si hablar con él y recomendarle todo el cuidado en su
divagar por el Centro, o simular que no había tenido conocimiento del
pequeño incidente y hacer votos para que no sucedieran otros más
graves. La decisión que tomó fue ésta, pero como Cipriano Algor, al
cenar, le contó, riendo, lo que había pasado, no tuvo más remedio que
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