LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 130

mueve entre las hojas, son la guardia avanzada de una nueva ocupación, la de centenas de figuras iguales que en batallones cerrados cubrirán las amplias tablas, mil doscientas figuras, seis veces doscientas, según las cuentas hechas en su momento, pero las cuentas estaban equivocadas, la alegría de la victoria no siempre es buena consejera, estos alfareros, pese a las tres generaciones de experiencia, parecen haberse olvidado de que es indispensable reservar siempre, porque hasta la tijera come el paño que corta, un margen para las pérdidas, es lo que cae y se parte, es lo que se deforma, es lo que se contrae más o menos, es lo que el calor revienta por estar mal fabricada la pieza, es lo que sale mal cocido por defectuosa circulación del aire caliente, y a todo esto, que tiene que ver directamente con las contingencias físicas de un trabajo en el que hay mucho de arte alquímica, que, como sabemos, no es una ciencia exacta, a todo esto, decíamos, habrá que añadir el examen riguroso que, como de costumbre, el Centro aplicará a cada una de las piezas, para colmo con aquel subjefe que parece tenérsela jurada. A Cipriano Algor únicamente se le vinieron a la cabeza estas dos amenazas, la cierta y la latente, cuando barría el horno, es lo que tienen de bueno las asociaciones de ideas, unas van tirando de otras, de carrerilla, la habilidad está en no dejar que se rompa el hilo de la madeja, en comprender que un cascote en el suelo no es sólo su presente de cascote en el suelo, es también su pasado de cuando no lo era, es también su futuro de no saber lo que llegará a ser. Se cuenta que en tiempos antiguos hubo un dios que decidió modelar un hombre con el barro de la tierra que antes había creado, y luego, para que tuviera respiración y vida, le dio un soplo en la nariz. Algunos espíritus contumaces y negativos enseñan cautelosamente, cuando no osan proclamarlo con escándalo, que, después de aquel acto creativo supremo, el tal dios no volvió a dedicarse nunca más a las artes de la alfarería, manera retorcida de denunciarlo por haber, simplemente, dejado de trabajar. El asunto, por la trascendencia de que se reviste, es demasiado serio para que lo tratemos de forma simplista, exige ponderación, mucha imparcialidad, mucho espíritu objetivo. Es un dato histórico que el trabajo de modelado, desde aquel memorable día, dejó de ser un atributo exclusivo del creador para pasar a la competencia incipiente de las criaturas, las cuales, excusado será decirlo, no están pertrechadas de suficiente soplo ventilador. El resultado fue que se asignara al fuego la responsabilidad de todas las operaciones subsidiarias capaces de dar, tanto por el color como por el brillo, y hasta por el sonido, una razonable semejanza de cosa viva a cuanto saliese de los hornos. Era juzgar por las apariencias. El fuego hace 130