LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 128

nuevo lugar, el horno había dejado de atraer la atención del perro Encontrado. Era una construcción vieja y basta de albañilería, con una puerta alta y estrecha, de finalidad desconocida y donde no vivía nadie, una construcción que tenía en la parte superior tres cosas como chimeneas, pero que seguramente no lo serían, puesto que de ellas nunca se había desprendido ningún estimulante olor a comida. Y ahora para su desconcierto la puerta se abre y el dueño entra con tan buena disposición como si también aquello fuese su casa, como la otra de ahí. Debe un perro, por cautela y principio, ladrar a cuantas sorpresas le surjan en la vida, porque no podrá saber de antemano si las buenas se transformarán en malas y si las malas dejarán de ser lo que fueron, por tanto Encontrado ladró y ladró, primero con inquietud cuando la figura del dueño pareció desvairse en la última penumbra del horno, luego feliz al verlo reaparecer entero y con la expresión cambiada, son los pequeños milagros del amor, querer bien lo que se ha hecho también debería merecer ese nombre. Cuando Cipriano Algor volvió a entrar en el horno, ahora empuñando la escoba, Encontrado no se preocupó, un dueño, bien mirado, es como el sol y la luna, debemos ser pacientes cuando desaparece, esperar que el tiempo pase, si poco si mucho no lo podrá decir un perro, que no distingue duraciones entre la hora y la semana, entre el mes y el año, para un animal de éstos no hay más que la presencia y la ausencia. Durante la limpieza del horno, Encontrado no hizo intención de entrar, se apartó a un lado para que no le cayese encima la lluvia de pequeños fragmentos de barro cocido, de cascotes de loza rota que la escoba iba empujando hacia fuera, y se tumbó todo lo largo que era, con la cabeza asentada entre las patas. Parecía ajeno, casi dormido, pero hasta el más inexperto conocedor de mañas caninas sería capaz de comprender, nada más que por el modo disimulado con que de vez en cuando el sujeto abría y cerraba los ojos, que el perro Encontrado estaba simplemente a la espera. Terminada la tarea de limpieza, Cipriano Algor salió del horno y se encaminó a la alfarería. Mientras estuvo a la vista, el perro no se movió, luego se levantó despacio, avanzó con el cuello estirado hasta la entrada del horno y miró. Era una casa extraña y vacía, de techo abovedado, sin muebles ni adornos, forrada de paralelepípedos blanquecinos, pero lo que más impresionó la nariz del perro Encontrado fue la sequedad extrema del aire que dentro se respiraba y también el picor intenso del único olor que se percibía, la vaharada final de un infinito calcinamiento, que no os sorprenda la fragante y asumida contradicción entre final e infinito, pues no era de sensaciones humanas de lo que veníamos tratando, sino de lo que humanamente podemos imaginar acerca de lo que sentiría un perro al entrar por 128