LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 100
aunque no comprendo por qué diablo la representan alada si está en
todas partes, incluso en el Centro, como esta mañana se ha visto,
Supongo que es de su tiempo, señaló Marta, el dicho de que quien
habla de barcos quiere embarcar, Ése no es de mi tiempo, es del
tiempo de tu bisabuelo, que nunca vio el mar, si el nieto habla tanto de
barco es para no olvidarse de que no quiere viajar en él, Tregua, señor
padre, No veo la bandera blanca, Aquí la tiene, dijo Marta y le dio un
beso. Cipriano Algor reunió los diseños, el plan de batalla estaba
trazado, no faltaba nada más que tocar el cornetín y dar la orden de
asalto, Adelante, manos a la obra, pero en el último instante vio que le
faltaba un clavo a la herradura de un caballo del estado mayor, bien
pudiera suceder que la suerte de la guerra acabe dependiendo de ese
caballo, de esa herradura y de ese clavo, es sabido que un caballo cojo
no lleva recados, o, si los lleva, se arriesga a dejarlos por el camino.
Todavía hay otra cuestión, y espero que sea la última, dijo Cipriano
Algor, Qué se le ha ocurrido ahora, Los moldes, Ya hablamos de los
moldes, Hablamos de las madres de los moldes, sólo de las madres, y
ésas son para guardar, de lo que se trata es de los moldes de uso, no
se puede pensar en moldear doscientos muñecos con un solo molde,
no aguantaría mucho tiempo, comenzaríamos con un payaso sin barba
y acabaríamos con una enfermera barbuda. Marta desvió los ojos al oír
las primeras palabras, sentía que la sangre le estaba subiendo a la
cara y que nada podía hacer para obligarla a regresar a la espesura
protectora de las venas y de las arterias, ahí donde la vergüenza y el
pudor se disfrazan de naturalidad y ligereza, la culpa la tenía aquella
palabra, madre, y las otras que de ella nacen, maternidad, materno,
maternal, la culpa la tenía su silencio, Por ahora no le hablaremos de
esto a mi padre, dijera, y ahora no podía quedarse callada, es cierto
que un atraso de dos días, o tres, contando con éste, no es nada para
la mayoría de las mujeres, pero ella siempre había sido exacta,
matemática, regularísima, un péndulo biológico, por así decirlo, si
albergase la más mínima duda en su espíritu no se lo habría
comunicado en seguida a Marcial, y ahora qué hacer, el padre está a la
espera de una respuesta, el padre la está mirando con aire de
extrañeza, ni siquiera había sonreído a su chiste sobre la enfermera
barbuda, simplemente no lo oyó, Por qué te sonrojas, imposible
responderle que no es verdad, que no está sonrojándose, dentro de
poco, sí, podría decirlo, porque de súbito empalidecerá, contra esta
sangre delatora y sus maneras opuestas de acusar no hay otro amparo
que una confesión completa, Padre, creo que estoy embarazada, dijo,
y bajó los ojos. Las cejas de Cipriano Algor se irguieron de golpe, la
expresión del rostro pasó de la extrañeza a una perplejidad
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